Porque vivo en el Señor

Por Alexis Tovar Quiñones
Análisis Lingüístico de dos poemas de Santa Teresa de Jesús en torno al elemento místico.

Unión con Dios”

Teresa de Jesús de Cepeda y Ahumada, mejor conocida como Santa Teresa de Jesús, es una de las más reconocidas y trascendentes figuras de la literatura mística del “Siglo de Oro Español”, nació en la ciudad de Avila en 1515 y falleció en 1585 en Alba de Tormes; siendo canonizada en 1622 y entrado a ella el titulo de “Doctora de la lglesia” en reconocimiento a sus grandes cualidades tanto religiosas y filosóficas, como también, lingüísticas.
Los poemas de Santa Teresa de Jesús, extraídos en parte de las cartas que ella solía escribir a religiosas que estuvieron cerca de ella, son valiosísimos en cuanto contenido y lenguaje, especialmente tres se consideran producto de sus trances místicos1. Estas son «Vivo sin Vivir en mi», «Mi amado para mi» y «¡Oh, Hermosura que excedéis!». Realmente éstas no tienen un titulo definido, por ello es que los nombres varían en los diversos poemarios.
El presente análisis de carácter literario, pretende analizar el poema desde la perspectiva de la literatura mística, la cual es un dominio del lenguaje literario, que versa sobre las realidades divinas2.





Ya que detenernos en cada una de las formas, nos llevaría a un estudio demasiado amplio, el tema que hemos elegido y que predomina considerablemente en ambas glosas, es el tema de la unión con Dios, el cual será tratado como una unión mística que transforma a la persona, a través de la cual, se le otorga múltiples dones a la persona, con el fin de ésta poder desarrollar grados elevados en las virtudes de la Fe, esperanza y caridad, las tres virtudes teologales.




«Vivo sin vivir en mi»









Vivo sin vivir en mí

y tan alta vida espero
que muero porque no muero.







A través de la antítesis «vivo sin vivir en mi» la voz poética indica una situación aparentemente contradictoria pero que tiene gran significado a nivel connotativo.
El no «vivir en sí» indica una des habitación de parte suya, un control limitado, es decir, que hay “alguien” que vive en ella.
En el siguiente verso «y tan alta vida espero», a través de la personificación, «alta vida», la voz poética hace alusión a una vida majestuosa, excelsa, incomparable, se trata pues de la vida eterna. Al estar seguido del primer verso, indica que ésta es alcanzada cuando se “vive fuera de si”.
Finalmente, el último verso «que muero porque no muero» tiene un carácter imperativo, de afirmación, y concluye perfectamente la estrofa. A través de la antítesis dada por la contraposición «muerte» y «no muerte» y la polisemia en la palabra «muerte», se quiere decir que la muerte no es fin de la vida, puesto que el alma es inmortal.


Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor
que me quiso para sí.
Cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.


Los tres primeros versos de la presente estrofa nos dan a conocer cuál es esa unión de la que nos ha hablado la voz poética en la estrofa precedente. Aquella vida «fuera de sí» que complementa la antítesis «vivo sin vivir en si», solo logra comprenderse en profundidad a partir de la metáfora «porque vivo en el Señor.
Esa inhabitación, la cual está experimentando el yo poético, no se da físicamente, sino, en espíritu. Pero esa «unión con Dios» que se expresa entre ambos seres, divino y humano, no puede darse si no fuera por dos elementos clave, la primera denotada por el verso «que me quiso para si», y la segunda, «cuando el corazón le di». Esto nos indica que hay una participación tanto de Dios como del místico para que la unión se dé y permanezca activa. Si bien es cierto que Dios «quiere para si» las almas y les infunde gracias para que éstas gocen de El, no puede ir en contra de la «libertad» de cada persona. Esta donación personal, profundizada por el Padre Maria Eugenio, O.C.D, bajo el nombre del “Don de si”, es un bien personal, que condiciona la relación entre ambos seres. Por ello, “Dios exigirá a cada una de las almas, con el fin de unirse perfectamente con ellos, su consentimiento personal y su cooperación activa3” Una vez cumplidas ambas condiciones, acontecerá lo expresado en el sexto verso a través de la personificación «puso en él este letrero». Como lo menciona Victor Garcia de la Concha en su estudio del arte literario de Santa Teresa «realiza una inscripción, como indicando el derecho de propiedad sobre el corazón rendido4» El fruto final de la unión divino-humana es ello, la plena posesión del alma humana, el «vivo sin vivir en mi» 
Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo
y libre mi corazón;
y causa en mi tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

La presente estrofa realza notablemente la relación que se da entre Dios y las almas que se han unido a El. La «divina prisión», a la cual alude el primer verso, se refiere a la unión mística entre Dios y la persona, la cual, es como una «cárcel» en la que ambos se encuentran encarcelados. Esta incorporación, tanto del ser divino como del humano, suscita una situación paradójica, en la cual se encuentra «Dios cautivo» y «libre el corazón». La primera se da, como lo explica el padre Angel Custodio Vega, un estudioso de la poesía teresiana, por el gran amor que tiene Dios a las almas, el cual hace que Él también sea cautivo del amor, cautivo de su mismo amor, pero al fin cautivo5. Y la segunda porque al estar unida la voz poética con Dios, va a estar libre del apego de todo cuanto es terrenal.
Ya que el amor divino, es mucho más absorbente y obsesionante que el humano, porque Dios es autor del amor6, su mismo amor por las almas lo tornará «prisionero»: una situación aporística que conmueve a la voz poética y causa en ella «tal pasión».
¡Ay, qué larga es esta vida,
Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

La vida representa un árido camino para el místico. Es difícil, dura y dolorosa. Podemos notarlo en el epíteto «duros destierros» y luego en el siguiente verso «esta cárcel, estos hierros». La vida supone una gran separación del místico de la unión plena que tendrá con Dios después de la muerte. Esa vida, «en que el alma está metida!» no le permite salir, y unirse totalmente con el divino. El alma se encuentra, como nos lo dice la voz poética a través de la personificación «está metida», atrapada, encarcelada y como vimos en la estrofa anterior «aprisionada».
La presente estrofa tiene un carácter reflexivo, o como la clasifica De la Concha, “valorativo”, por su reflexión profunda acerca de la vida humana fuente a la divina. La voz poética se siente impaciente, y conoce las realidades de la vida. Su fuerte unión con Dios la llama a la muerte, y por ello «esperar», le «causa dolor tan fiero». Con la reiteración del epíteto «dolor fiero» nos está indicando un dolor punzante, brusco, esa es la“tensión de la espera7”.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga;
quíteme Dios esta carga
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Como hemos mencionado, la unión con Dios es fuerte en la santa, y como todo amante, detesta aquello que menosprecia al amado. Por eso dice «¡Ay, qué vida tan amarga / do no se goza el señor!» Esa vida terrenal, profana, que supone el olvido de Dios, representa una realidad triste, vacía, o como nos lo dice la voz poética a través de la sinestesia, una «vida amarga». Prosigue, «Porque si es dulce el amor / no lo es la esperanza larga» Vemos cómo el amor es un elemento clave en la unión con Dios. A través de la sinestesia opuesta «dulce amor la voz poética nos presenta este fenómeno en connotación con la «esperanza larga».
El adjetivo de «carga» que recibe la esperanza en el quinto verso, muestra lo difícil que es esperar la muerte.
Pero hay que tener en cuenta, como nos lo indica el P. Vega que «No dice la Santa que este mundo y esta tierra le sean amargos en si, sino en comparación del amor, o cuando no se goza del amor»8.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza.
Muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

En la presente estrofa, se intensifica el uso de la antítesis. Las reiteradas apariciones de «vida» y «muerte» se deben a la polisemia de sus palabras. En las dos primeras líneas «vida» y «muerte» se nos presentan como situaciones humanas, no obstante, en los tres siguientes versos al decir «porque muriendo, el vivir», el «vivir » hace referencia a la vida después de la muerte, es decir, la vida eterna. Los versos continúan con una personificación que supone el «no tardes, que te espero», y finalmente concluyen con el «muero porque no muero». La voz poética ha sido cautivada por la unión con Dios, y ahora anhela decididamente encontrase con el, para ello, debe morir9.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte;
Venga ya la dulce muerte,
venga el morir muy ligero,
que muero porque no muero.

Pareciera que la voz poética está estableciendo un diálogo con la vida. El primer verso, marcado por la expresión «amor fuerte» tiene un significado de gran importancia que le otorga el sentido a la estrofa. Para entender, de qué «amor» está hablando, es bueno recordar, como lo hace De la Concha en su análisis, un versículo del Cantar de los Cantares en donde el Esposo dice: “Ponme cual sello sobre tu corazón, / como un sello en tu brazo, / porque es fuerte el amor como la muerte; /...10”Pues bien, ese «amor» se refiere al que hay entre Dios y la voz poética, una unión intima, profunda, mística.
En los siguientes tres versos, el diálogo de la voz poética con la vida aparentemente se confunde al encontrar en el cuarto verso la antítesis «para ganarte, perderte». Estos dos elementos hacen alusión a la polisemia de la palabra «vida» del segundo verso. «Para ganarte» que se refiere a la vida eterna, y «perderte» que alude a la vida terrenal. La estrofa termina con dos versos exclamativos, donde «muerte» y «morir» son adjetivados con las palabras «dulce» y «ligero» respectivamente.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera
no se goza estando viva.
Muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

La voz poética continua dirigiéndose a la vida. Cabe observar lo interesante de la estructura de la presente estrofa al estar los cuatro primeros versos copados con las palabras «vida», y los tres últimos con «muerte». En ella, la reflexión se hace aun más directa, y el elemento místico unión con Dios se ve con más claridad que al principio. Nuevamente se da la polisemia en la palabra «vida». El adverbio y el adjetivo que se colocan en los dos primeros versos, «de arriba» y «verdadera» califican la vida eterna, mientras que a través de la personificación que se le da en los dos versos siguientes «hasta que esta vida muera» y «no se goza estando viva» hacen alusión a la vida terrenal. El diálogo cambia ahora de estar dirigido a la «vida», a la «muerte», al decir «muerte, no me seas esquiva» y retomando la antítesis «viva muriendo primero». La voz poética se ha unido a Dios y reconoce que el gozo de su amor eterno solo se puede lograr con la muerte.

Vida, ¿que puedo yo darle
a mi Dios que vive en ml,
si no es perderte a ti
para mejor a El gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues a El solo es al que quiero.
Que muero porque no muero.

Esta última estrofa es de gran importancia pues concluye extraordinariamente lo expresado anteriormente y resalta el elemento místico unión con Dios de manera asombrosa. Los dos primeros versos complementan perfectamente lo expresado en el primero del poema. Tanto la metáfora «a mi Dios que vive en mi» como la antítesis «Vivo sin vivir en mi» indican la presencia de Dios en la voz poética. Los siguientes dos versos retoman el diálogo con la vida y su polisemia «vida terrena / vida eterna» contemplada también en los versos 2-4 de la séptima estrofa.
Finalmente, la exclamación «Quiero muriendo alcanzarle» y la expresión «pues a El solo es al que quiero» se complementan mutuamente para exclamar el anhelo de unión con Dios: «Que muero porque no muero».

¡Oh. Hermosura que excedéis!

¡Oh, Hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis
el amor de las criaturas.


En este primer párrafo, la voz poética nos presenta a una «Hermosura» que excede a todas las «hermosuras». A través del cambio de mayúscula a minúscula en el verso 1 y 2, se esté aludiendo a Dios, el cual es infinitamente excelso y excedente de todo cuanto es bueno y bello. A través de la antítesis «sin herir dolor hacéis» la voz poética hace alusión a Dios que hace dolor, pero no cualquier dolor, sino un dolor que «deshace» el «amor de las criaturas». A través de la palabra «deshacéis» la voz poética nos indica que es Dios quien rompe con todo aquel amor hacia las criaturas para centrarlo en El. Es una Hermosura que destruye cualquier apego que obstaculice la pureza y la plenitud de la entrega11.

¡Oh, ñudo que así juntáis
dos cosas tan desiguales!
no sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.

El «nudo» en la segunda estrofa, es una metáfora con la cual, la voz poética esté haciendo alusión a la unión con Dios. Esta unión, dada entre «dos cosas tan desiguales», Dios y místico, suscita en cierto momento el lamento12, «no sé por qué os desatáis» Esta pregunta, guarda relación con el tercer verso de la tercera estrofa de “Vivo sin vivir en mi” «¡Ay, qué vida tan amarga do no se goza el Señor!»
La voz poética lamenta, siente con dolor la partida de Dios, ya que su unión es el alimento por el cual el místico vive, es su fuerza. «pues atado fuerza dais». La animación que se le ha dado al nudo, «fuerza das» nos indica la especificidad de la unión con Dios. Una unión que transforma a la persona «vivo ya fuera de mí», y que le «asegura la esperanza», una unión que cambia todo, como lo indica el último verso a través de la antítesis «a tener por bien los males»

Juntáis quien no tiene ser
con el Ser que no se acaba;
sin acabar acabáis,
sin tener que amar amáis,
engrandecéis vuestra nada.

En esta estrofa vemos que aparece nuevamente la interacción, minúscula/mayúscula, o viceversa. El «ser» del primer verso, hace alusión a la persona, mientras que el «Ser» del segundo a Dios. A continuación, la antítesis «acabar/acabéis»refiere a que esa unión entre el místico y Dios, acaba sin acabar, quiere decir, que acaba en esta vida, pero continúa luego de la muerte, donde «no acaba». El «améis», indica la doble relación que hay entre el místico y Dios, ambos se aman inagotablemente. Finalmente la antítesis muestra el elemento clave de la unión mística con Dios, la transformación, «engrandecéis vuestra nada». En la cual, el «todo» engrandece la «nada», es decir, el místico.

Como hemos podido apreciar, través de los recursos estilísticos, tales como: las alegorías, la simbología, la rima, la sinécdoque, los epítetos, entre otros, se nos dan a conocer las principales características de la unión con Dios, la cual, en síntesis, es una unión intima que establece una mutua dependencia entre ambos seres, elimina el apego a los bienes terrenales, hace que la persona se dá por amor y con confianza, y aviva en el místico el deseo de unión plena con Dios; unión entre «quien no tiene ser» con el «Ser que no se acaba», una unión que transforma a la persona y que tiene como resultado la plena “inhabitacion” en ambos seres:

«Porque vivo en el Señor»


1GARCIA DE LA CONCHA, Victor. (197S). Et arte literario de Santa Teresa. Zaragoza: Ariel, p.
321
2ALCALDE ONRUBIA, Maria Paz. (1995). Análisis lingüístico de algunas expresiones del discurso
de San Francisco de Sales con posible inspiración teresiana, en torno a las figuras de Source y de
Fontaine. (Tesis de Doctorado - Universidad Complutense de Madrid), [En linea]. Disponible en:
http:l/eprints.ucm.es/view/divisions/396.html [Consulta: 7 setiembre 2009]
3DEL NIÑO JESUS, Maria Eugenio. Trad. por MARiA DE SAN JOSE, Bernardo (1947) Quiero ver a Dios. Bilbao: La Editorial Yizcaina., op.cit, p.418
4GARC1A DE LA CONCHA, op.cit, p. 346
5CUSTODIO VEGA, Angel. (1972). La poesía de santa Teresa. España: BAC, S.A, p. 65
6CUSTODIO VEGA, op.cit, p. 64
7GARCIA DE LA CONCHA, op. cit. p. 350
8CUSTODIO VEGA, op. cit. p. 57
9Íbid. Ídem.
10Cant. 8, 6.
11GARCIA DE LA CONCHA, op. cit. p. 356
12Ibid. p. 357.

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