Nuestra Señora Aparecida, Reina de Brasil


Homilia del Papa Juan Pablo II en Aparecida
Hoy para nuestra nación hermana, Brasil, es día de su Patrona, Nuestra Señora Aparecida. Brindamos nuestros amigos con esta Homilía del Beato Papa Juan Pablo II y con dos videos: el Himno de Nuestra Señora Aparecida y El Himno de los Romeros.
Dice el Papa:
«¡Viva la Madre de Dios y nuestra / sin pecado concebida! / ¡Viva la Virgen Inmaculada, / la Señora Aparecida!»
Desde que puse los pies en tierra brasileña, en los diversos puntos por donde pasé, oí ese cántico. Es, en la ingenuidad y sinceridad de sus palabras un grito del alma, un saludo, una invocación llena de filial devoción y confianza para con Aquella que, siendo verdadera Madre de Dios, nos fue dada por su Hijo Jesús en el momento extremo de su vida (cf Jn 19, 26), para ser nuestra Madre.
En ningún otro lugar adquiere este cántico tanta significación y tiene tanta intensidad como en este lugar donde la Virgen, hace más de dos siglos, selló un encuentro singular con la gente brasileña. Con razón se vuelven hacia aquí, desde entonces, los anhelos de esta gente; aquí palpita, desde entonces, el corazón católico de Brasil. Meta de incesantes peregrinaciones llegadas de todo el país, ésta es, como ya dijo alguien, la "capital espiritual de Brasil".
Leí con religiosa atención, cuando me preparaba espiritualmente para esta romería a Aparecida, la sencilla y encantadora historia de la imagen que aquí veneramos. La inútil tarea de los tres pescadores que no encontraban peces en las aguas de Paraíba, en aquel lejano 1717. El inesperado encuentro del cuerpo y, después, de la cabeza de la pequeña imagen de cerámica ennegrecida por el lodo. La pesca abundante que siguió al hallazgo. El culto, iniciado enseguida, a Nuestra Señora de la Concepción la imagen de aquella estatua trigueña, cariñosamente llamada "la Aparecida". Las abundantes gracias divinas en favor de los que aquí invocan a la Madre de Dios.
Después, son conocidas las romerías, en las cuales toman parte, al correr de los siglos, personas de todas las clases sociales y de las más diversas y distantes regiones del país. El año pasado fueron más de cinco millones y medio los peregrinos que por aquí pasaron.
¿Qué buscaban los antiguos romeros? ¿Qué buscan los peregrinos de hoy? Lo mismo que buscaban en el día, más o menos remoto, del bautismo: la fe y los medios para alimentarla. Buscan los sacramentos de la Iglesia., sobre todo la reconciliación con Dios y el alimento eucarístico. Y vuelven fortalecidos y agradecidos a la Señora, Madre de Dios y Madre nuestra.
El pecado retira a Dios del lugar central que le es debido en la historia de los hombres y en la historia personal de cada hombre. Fue la primera tentación: "Y os volveréis como Dios" (cf. Gén 3, 5). Y después del pecado original, prescindiendo de Dios, el hombre se encuentra sometido a tensión, dividido en sus opciones entre el Amor que viene del Padre y "el amor quo no viene del Padre, sino del mundo" (cf. 1Jn 2, 15, 16); y, peor todavía, el hombre se hace un extraño para sí mismo, optando por la "muerte de Dios", que trae en sí fatalmente también la "muerte del hombre" (cf. Juan Pablo II, Mensaje Pascual de 1980).
Al confesarse "sierva del Señor" (cf. Lc 1. 38) y al pronunciar su "Sí", acogiendo "en su corazón y en su seno" (cf. San Agustín, De virginitate, 6: PL 40, 399) el misterio de Cristo Redentor, María no fue instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó en la salvación de los hombres con fe libre y entera obediencia. Sin quitar o disminuir nada, ni aumentar nada a la acción de quien es el único Mediador entra Dios y los hombres, Jesucristo, María nos señala los caninos de la salvación, caminos que convergen todos en Cristo. su Hijo, y en su obra redentora.
Madre de la Iglesia, la Virgen Santísima tiene una presencia singular en la vida y en la acción de la misma Iglesia. Por eso mismo, la Iglesia tiene siempre vueltos los ojos hacia Aquella que, permaneciendo Virgen engendró, por obra del Espíritu Santo, al Verbo hecho carne. ¿Cuál es la misión de la Iglesia sino la de hacer que Cristo nazca en el corazón de los fieles (cf. ib., 65), por la acción del mismo Espíritu Santo, a través de la evangelización? Así, la "Estrella de la evangelización", como la llamó mi predecesor Pablo VI, señala e ilumina los caminos del anuncio del Evangelio. Ese anuncio de Cristo Redentor, de su mensaje de salvación, no puede ser reducido a un mero proyecto humano de bienestar y felicidad temporal. Tiene ciertamente incidencia en la historia humana colectiva e individual, pero es fundamentalmente un anuncio de liberación del pecado para la comunión con Dios, en Jesucristo Por lo demás, esa comunión con Dios no prescinde de una comunión de los hombres entre sí, pues quienes se convierten a Cristo, autor de la salvación y principio de unidad, son llamados a congregarse en Iglesia, sacramento visible de esa unidad salvífica (cf. ib., 9).
La devoción a María es fuente de  vida cristiana profunda, es fuente de compromiso con Dios y con los hermanos. Permaneced en la escuela de María, escuchad su voz, seguid sus ejemplos. 
Como hemos oído en el Evangelio, Ella nos orienta hacia Jesús: "Haced lo que El os diga" (Jn 2, 5). Y come antaño en Caná de Galilea, encomienda al Hijo las dificultades de los hombres, obteniendo de El las gracias deseadas Recemos con María y por María: Ella es siempre la "Madre de Dios y Madre nuestra".


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