San Bernardo, el varón de fuego

por P. Pedro Rafael Morazzanni Arráiz
San Bernardo, el varón de fuego, denominado por el Papa Inocencio II “muralla inexpugnable que sustenta a la Iglesia” pasó a la Historia con el título de “Doctor Melifluo”, porque la unción de sus exhortaciones llevaban a todos a afirmar que sus labios destilaban purísima miel.

Fue también uno de los primeros apóstoles de la mediación universal de María Santísima, dejando esta doctrina claramente consignada en numerosos sermones:

“Venid, bendito de mi Padre”
Volviendo de una misión apostólica, cuando ya contaba con 63 años de edad, curó a una mujer ciega, en presencia de una enorme multitud que corría para venerarlo. Fue el último milagro realizado en su existencia terrena.
Al llegar a su amado monasterio de Claraval, sentía desfallecerse. Pero transbordaba de su alma la serena confianza del navegante que finalmente avista el puerto anhelado.
Él mismo, en una carta, da cuenta de sus últimas molestias, poco antes de partir para la eternidad: “El sueño huye de mí, para que el dolor no se mitigue estando los sentidos adormecidos. Así todo lo que padezco son dolores en el estómago. Para no ocultar nada a un amigo que desea conocer el estado de su amigo, y hablando no como sabio, pero como el hombre interior, os digo que el espíritu está pronto, pero la carne es flaca. Rogad al Salvador, que no quiere la muerte del pecador; que no atrase más mi fin, mas lo guarde y ampare”.

El día 20 de Agosto de 1153, a las nueve de la mañana, entregó su purísima alma a su Creador y Redentor.
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