San Bernardo, el varón de fuego



por P. Pedro Rafael Morazzanni Arráiz
San Bernardo, el varón de fuego, denominado por el Papa Inocencio II “muralla inexpugnable que sustenta a la Iglesia” pasó a la Historia con el título de “Doctor Melifluo”, porque la unción de sus exhortaciones llevaban a todos a afirmar que sus labios destilaban purísima miel.
¿Quién no conoce en el mundo cristiano la incomparable y dulce oración “Acordaos”, a él atribuida?. Fue uno de los primeros en llamar “Nuestra Señora” a la Madre de Dios. Cuenta la tradición que, escuchando cierto día a sus hermanos cantar la Salve Regina, irrumpió desde su corazón impregnado de admiración la triple exclamación que hoy corona esta oración: “¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!”
Fue también uno de los primeros apóstoles de la mediación universal de María Santísima, dejando esta doctrina claramente consignada en numerosos sermones:
Porque éramos indignos de recibir cualquier cosa, nos fue dada María para, por medio de Ella, obtuviéramos todo cuanto necesitáramos. Quiso Dios que no recibiéramos nada sin haber pasado antes por las manos de María. (...) Con lo más íntimo de nuestra alma, con todos los afectos de nuestro corazón, y todos los sentimientos y deseos de nuestra voluntad, veneremos a María, pues ésta es la voluntad de Aquél Señor que quiso que todo lo recibiéramos por María.
Venid, bendito de mi Padre”
Volviendo de una misión apostólica, cuando ya contaba con 63 años de edad, curó a una mujer ciega, en presencia de una enorme multitud que corría para venerarlo. Fue el último milagro realizado en su existencia terrena.
Al llegar a su amado monasterio de Claraval, sentía desfallecerse. Pero transbordaba de su alma la serena confianza del navegante que finalmente avista el puerto anhelado.
Él mismo, en una carta, da cuenta de sus últimas molestias, poco antes de partir para la eternidad: “El sueño huye de mí, para que el dolor no se mitigue estando los sentidos adormecidos. Así todo lo que padezco son dolores en el estómago. Para no ocultar nada a un amigo que desea conocer el estado de su amigo, y hablando no como sabio, pero como el hombre interior, os digo que el espíritu está pronto, pero la carne es flaca. Rogad al Salvador, que no quiere la muerte del pecador; que no atrase más mi fin, mas lo guarde y ampare”.
Obispos, abades y monjes rodeaban el lecho donde agonizaba aquel profeta del Señor. Lloraban ellos por el superior que aconsejaba, el doctor que enseñaba, el padre que los amaba, el varón de Dios que los santificaba. Sin embargo, éste hasta el último aliento los animó y consoló, y con gran despretensión decía que ya era hora de que un siervo inútil pasara a otro aquel cargo, y un árbol estéril fuera arrancado...
El día 20 de Agosto de 1153, a las nueve de la mañana, entregó su purísima alma a su Creador y Redentor.

Comentarios

Entradas populares