Las Condiciones para seguir a Cristo




por Mons. João Scognamiglio Clá Dias


«Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien pierda su vida por mí y el Evangelio, ése la salvará». (Mc 8, 34-35)

 
Una afirmación tan categórica como ésta exige de nuestra parte un especial análisis y degustación, ya que además la repite el resto de los Evangelios (cf. Mt 10, 38-39; Lc 17, 33; Jn 12, 25). Aquí están las condiciones para que seamos verdaderos discípulos de Cristo.


1. “Si alguno quiere...” – Depende de nuestra libre voluntad. Esperar una gracia que realice en nosotros la plenitud de nuestra salvación sin la menor cooperación de nuestra voluntad es confundir Redención con Creación, o vida eterna con vida natural. Esta invitación debe recibir evidentemente nuestra respuesta afirmativa, y es indispensable que sea fervorosa, pertinaz y continua. Dicho de otra forma, no podemos olvidar ni un solo segundo esta determinación.
2. “...niéguese a sí mismo...” – El origen de todos los pecados se halla en el amor desordenado a nosotros mismos, en detrimento de la verdadera caridad. Y el mejor remedio para esta terrible enfermedad es la renuncia a nosotros mismos para encontrarnos en Dios. Su primer grado consiste en el horror al pecado mortal, prefiriendo morir a consentir en esa aversión a Dios. El segundo dice respecto al pecado venial consciente y deliberado. El tercero incide sobre las imperfecciones y el amor propio, tan ladino que se inmiscuye hasta en la práctica de las virtudes. Cuando se progresa en este último grado se aumenta nuestra libertad interior, así como el gozo de la paz y de consolaciones. Quien vive en oposición a estos tres grados no entendió la grandeza de tal invitación o la rechazó conscientemente.
3. “...tome su cruz...” ¡Hay cruces y cruces! Las extraordinarias se presentan frente a nosotros en épocas de persecución religiosa. Son los suplicios y la propia muerte. Debemos enfrentarlos tal como lo hicieron Jesús y todos los mártires, sin renegar jamás de nuestra fe.
Habrá otras que son comunes a todos los tiempos. Una buena parte no son buscadas sino indeseadas, como por ejemplo las enfermedades, las debilidades de la ancianidad, los rigores del clima, etc. Hay otras son oriundas del azar: los fracasos financieros, las desgracias, los contratiempos, la pobreza, la incomprensión y el odio gratuito por parte de los demás, persecuciones, injusticias. A veces, serán los efectos de nuestro propio carácter, temperamento, inclinaciones, etc.
¡Qué numerosas son las cruces que surgen a lo largo de nuestra vida!... No podemos evitarlas; al contrario, tenemos la obligación de cargarlas. Y la experiencia muestra que se vuelven más pesadas a nuestros hombros cuando las llevamos entre lloriqueos y lamentos, o peor aún si nos rebelamos contra ellas. Además, en estos casos disminuimos o hasta perdemos los correspondientes méritos.
Por fin, también están las cruces libremente elegidas. Seguir el camino del matrimonio, de una comunidad religiosa o hasta del mundo significa comprender y querer todos los sufrimientos aparejados a cada situación. 
El cumplimiento cabal de cada exigencia en el respectivo estado de vida, el sometimiento de las pasiones, el freno de los caprichos, la privación de tales o cuales comodidades, etc., constituyen un campo florido de cruces, inherentes al camino elegido por deliberación propia. Eso sin contar la aridez, el tedio o el malestar que de cuando en cuando nos asaltan a lo largo del camino que recorremos, y sin vuelta atrás. 
Pero si nuestra decisión es consciente, y sobre todo si se origina  en un soplo del Espíritu Santo, jamás debemos arrepentirnos. Todo lo contrario: llenémonos de ánimo y hasta de entusiasmo, dando pasos firmes rumbo a la meta final de nuestra salvación.
4. “...y sígame” – Si empleáramos nuestro mejor esfuerzo y practicáramos los sacrificios más grandes para cargar nuestra cruz, pero en un camino distinto al que trazó Jesús, no bastaría. Es preciso abrazar la propia cruz “por Él y en Él”. En la contemplación de los dolores de la Pasión de Cristo encontraremos las energías para cargar nuestra propia cruz.
En cuanto a perder o salvar la vida, comenta el Rvdo. P. Andrés Fernández Truyols, S.J.: “Lo que el Maestro quiere grabar en el corazón de sus oyentes es que se ha de estar dispuesto a pasar por todo, aun la misma muerte, con tal de salvar el alma; que de nada aprovecha al hombre ganar todo el mundo si al fin y al cabo viene a perder su alma, es decir, no logra su eterna salvación” 7. 2

1 Cf. Hom. 54 in Mt. in Obras Completas, BAC, Madrid, 1956, v. II p. 137.
2 Cardenal Isidro Goma y Tomás, El Evangelio Explicado, Ed. Acervo, Barcelona, 1967, v. II pp. 36-37.
3 Cf. ML, 26, 103. 4 Apud santo Tomás de Aquino, Catena
Aurea in Mc. 5 Hom. 55 in Mt 3, 22-23 (apud Aquino, Catena Aurea in Mc.).
6 Fray Manuel de Tuya, O.P., Biblia Comentada, BAC, Madrid, 1964, vol. II p. 385.
7 Rvdo. P. Andrés Fernández Truyols, S.J., Vida de Nuestro Señor Jesucristo, BAC, Madrid, 1954, vol. III p. 369.

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