Las Cartas de San Pablo
El hombre
Lo que sabemos de San Pablo nos lo refiere él mismo en sus cartas y también el libro de los Hechos. Nació en Tarso de Cilicia (Hch 21, 39), judío de la tribu de Benjamín (Rm 11, 1). Ignoramos la fecha exacta de su nacimiento, pero sería unos diez años más joven que Jesús. Ciudadano romano por nacimiento (Hch 22, 28), lo que hace suponer que pertenecía a una familia bien situada. Junto con su nombre judío: Saulo (=Saúl), tenía el romano de Paulus (=Pablo) (Hch 13, 9). Sabía el griego, la lengua internacional del momento, y estaba también familiarizado con la filosofía y cultura helenísticas. Aprendió el oficio de tejedor de tiendas, que practicará en su vida de apóstol (Hch 18, 3).
De su familia sólo sabemos que tenía una hermana casada, cuyo hijo prestó un buen servicio a su tío en situación difícil (Hch 23, 16s). Estudió en Jerusalén como discípulo del fariseo Gamaliel (Hch 22, 3).

Concilio de Jerusalén (Hch 15; Ga 2) (a. 49).
Segundo viaje apostólico: Galacia, Macedonia, Grecia, con sede más permanente en Corinto (Hch 16-18) (a. 50-52).
Tercer viaje apostólico: Asia, con estancia más prolongada en Efeso, Macedonia, Grecia (Hch 18-21) (a. 53-58).
Arresto en Jerusalén (Hch 21-23) (a. 58). Prisión en Cesarea (Hch 2326) (a. 58-60). Prisión en Roma (Hch 27-28) (a. 61-63).
Es puesto en libertad. ¿Qué hizo después? ¿Se dirige a España? Sin duda que visita las comunidades de Grecia y Asia.
Nueva prisión, y muerte en Roma el año 67.


Y también se preguntan por su salud. En la carta a los Gálatas habla de una enfermedad sufrida estando entre ellos (Ga 4, 15). Y en la 2.1 carta a los Corintios (12, 7s) se refiere a algo crónico que le aqueja. Se han sugerido infinidad de hipótesis; lo más sensato es decir que no sabemos de qué sufriría. Algo que, sin embargo, no le impidió recorrer miles de kilómetros, afron- tar naufragios, torturas, hambres, vigilias, fríos y toda clase de calamidades (2 Co 11, 23-27).
El escritor

La lengua en la que están escritas sus cartas es el griego, lengua que, además del arameo, domina con facilidad. Se trata del griego de su tiempo, el llamado “común” (koiné), en el que acaso puede aparecer algún semitismo, aunque no corrientemente.

Pero a pesar de todo esto, podemos descubrir en él más que indicios de valiosos recursos literarios. Por eso pudo escribir San Agustín: “Así como no afirmamos que el Apóstol haya seguido los preceptos de la elocuencia, así tampoco negamos que la elocuencia haya ido en pos de su sabiduría”. Es frecuente el uso de la antítesis: gracia-ley, luz-tinieblas, vida-muerte, vigilia-sueño, espíritu-carne...; muchas veces encadenadas: "Se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria, se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual" (1 Co 15, 42-44); ver 1 Co 7, 29-31; etc.).
Usa también figuras de dicción, que podemos apreciar en muchos casos aun a pesar de la traducción al español: "...Dios de toda consolación, que nos consuela... para poder nosotros consolar... mediante el consuelo con que nosotros somos consolados" (2 Co 1, 3-4); ver también 2 Co 1, 13-14. Encontramos con frecuencia pasajes líricos de gran belleza (Rm 8, 31-39) o de apasionada elocuencia (2 Co 11, 21-29) o de ternura y cariño (1 Ts 2, 7-8.17-20).
La fuerza pasional de Pablo devolvió al cristianismo la riqueza de la lengua griega, sobre todo en los himnos del amor a Dios (Rm 8, 31 s) y del amor a los hombres (1 Co 13), uniendo la fuerza de la intimidad de la vivencia y el entusiasmo de la fe. Este lenguaje tuvo que conmover, sin duda, a los hombres de aquella época hechos al lenguaje vacío de los sofistas.
Fuente: Curso de Biblia – Tirso Cepedal
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