Fidelidad a la Gracia

Pe. Antonio Royo Marín, O. P.  - "Teología de la perfección cristiana". BAC.

Uno de los medios más importantes e indispensables para el adelantamiento espiritual es la fidelidad a la gracia, o sea, a las mociones interiores del Espíritu Santo que nos empuja a cada momento al bien.
La fidelidad es la lealtad, la cumplida adhesión, la observancia exacta de la fe que uno debe a otro. En el derecho feudal era la obligación que tenía el vasallo de presentarse a su señor y rendirle homenaje, quedándole sujeto y llamándose desde entonces hombre del señor X, o sea, tomando el nombre de su señor y quedando enteramente obligado a obedecerle. Todo esto tiene aplicación –y en grado máximo– tratándose de la fidelidad a la gracia, que no es, en fin de cuentas, más que la lealtad o docilidad en seguir las inspiraciones del Espíritu Santo en cualquier forma que se nos manifiesten.
Llamamos inspiraciones –dice San Francisco de Sales– a todos los atractivos, movimientos, reproches y remordimientos interiores, luces y conocimientos que Dios obra en nosotros, previniendo nuestro corazón con sus bendiciones (Sal. 20,4), por su cuidado y amor paternal, a fin de despertarnos, excitarnos, empujarnos y atraernos a las santas virtudes, al amor celestial, a las buenas resoluciones; en una palabra, a todo cuanto nos encamina a nuestro bien eterno”.
De varias maneras se producen inspiraciones divinas. Los mismos pecadores las reciben, impulsándoles a la conversión; pero para el justo, en quien habita el Espíritu Santo, es perfectamente connatural el recibirlas a cada momento. El Espíritu Santo mediante ella ilumina nuestra mente para que podamos ver lo que hay que hacer y mueve nuestra voluntad para que podamos y queramos cumplirlo, según aquello del Apóstol: “Dios es el que obra en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito” (Fil. 2,13).
Porque es evidente que el Espíritu Santo obra siempre según su beneplácito. Inspira y obra en el alma del justo “cuando quiere y como quiere”: “Spiritus ubi vult spirat” (Jn. 3,8). Unas veces ilumina solamente (v. gr., en los casos dudosos para resolver la duda); otras mueve solamente (v. gr., a que el alma realice aquella buena acción que ella misma estaba pensando); otras en fin –y es lo más frecuente–, ilumina y mueve a la vez. A veces se produce la inspiración en medio del trabajo, como de improviso, cuando el alma estaba enteramente distraída y ajena al objeto de la inspiración; otras muchas se produce en la oración, en la sagrada comunión, en momentos de recogimiento y de fervor. El Espíritu Santo rige y gobierna al hijo adoptivo de Dios tanto en las cosas ordinarias de la vida cotidiana como en los negocios de gran importancia. San Antonio Abad entró en una iglesia y, al oír que el predicador repetía las palabras del Evangelio: “Si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto tienes”, etc. (Mt. 19,21), marchó en el acto a su casa, vendió todo cuanto tenía y se retiró al desierto.
El Espíritu Santo no siempre nos inspira directamente por sí mismo. A veces se vale del ángel de la guarda, de un predicador, de un buen libro, de un amigo; pero siempre es Él, en última instancia, el principal autor de aquella inspiración.
2. Importancia y necesidad. – Nunca se insistirá demasiado en la excepcional importancia y absoluta necesidad de la fidelidad a la gracia para avanzar en el camino de la perfección sobrenatural. En cierto sentido es éste el problema fundamental de la vida cristiana, ya que de esto depende el progreso incesante hasta llegar a la cumbre de la montaña de la perfección o el quedarse paralizados en sus mismas estribaciones. La preocupación casi única del director espiritual ha de ser llevar al alma a la más exquisita y constante fidelidad a la gracia. Sin esto, todos los demás métodos y procedimientos que intente están irremisiblemente condenados al fracaso. La razón profundamente teológica de esto hay que buscarla en la economía divina de la gracia actual, que guarda estrecha relación con el grado de nuestra fidelidad.
En efecto: como enseña la Teología, la gracia actual es absolutamente necesaria para todo acto saludable. Es en el orden sobrenatural lo que la previa moción divina en el orden puramente natural.: algo absolutamente indispensable para que un ser en potencia pueda pasar al acto. Sin ella nos sería tan imposible hacer el más pequeño acto sobrenatural –aun poseyendo la gracia, las virtudes y los dones del Espíritu Santo– como respirar sin aire en el orden natural. La gracia actual es como el aire divino, que el Espíritu Santo envía a nuestras almas para hacerlas respirar y vivir en el plano sobrenatural.
Ahora bien: “La gracia actual –dice el P. Garrigou–Lagrange– nos es constantemente ofrecida para ayudarnos en el cumplimiento del deber de cada momento, algo así como el aire entra incesantemente en nuestros pulmones para permitirnos reparar la sangre. Y así como tenemos que respirar para introducir en los pulmones ese aire que renueva nuestra sangre, de mismo modo hemos de desear positivamente y con docilidad recibir la gracia, que regenera nuestras energías espirituales para caminar en busca de Dios. Quien no respira, acaba por morir de asfixia; quien no recibe con docilidad la gracia, terminará por morir de asfixia espiritual. Por eso dice San Pablo: “Os exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios” (2 Cor. 6,1). Preciso es responder a esa gracia y cooperar generosamente a ella. Es ésta una verdad elemental que, practicada sin desfallecimiento, nos levantaría hasta la santidad”.
Pero hay más todavía. En la economía ordinaria y normal de su providencia, Dios tiene subordinadas las gracias posteriores que ha de conceder a un alma al buen uso de las anteriores. Una simple infidelidad a la gracia puede cortar el rosario de las que Dios nos hubiera ido concediendo sucesivamente, ocasionándonos una pérdida irreparable. En el cielo veremos cómo la inmensa mayoría de las santidades frustradas –mejor dicho, absolutamente todas ellas– se malograron por una serie de infidelidades a la gracia –acaso veniales  en sí mismas, pero plenamente voluntarias–, que paralizaron la acción del Espíritu Santo, impidiéndole llevar al alma hasta la cumbre de la perfección. He aquí cómo explica estas ideas el P. Garrigou–Lagrange:
La primera gracia de iluminación que en nosotros produce eficazmente un buen pensamiento es suficiente con relación al generoso consentimiento voluntario, en el sentido de que nos da, no este acto, sino la posibilidad de realizarlo. Sólo que, si resistimos a este buen pensamiento, nos privamos de la gracia actual, que nos hubiera inclinado eficazmente al consentimiento a ella. La resistencia produce sobre la gracia el mismo efecto que el granizo sobre un árbol en flor que prometía abundosos frutos; las flores quedan agostadas y el fruto no llegará a sazón. La gracia eficaz se nos brinda en la gracia suficiente, como el fruto en la flor; claro que es preciso que la flor no se destruya para recoger el fruto. Si no oponemos resistencia a la gracia suficiente, se nos brinda la gracia actual eficaz, y con su ayuda vamos progresando, con paso seguro, por el camino de la salvación. La gracia suficiente hace que no tengamos excusa delante de Dios y la eficaz impide que nos gloriemos en nosotros mismos; con su auxilio vamos adelante humildemente y con generosidad”.
La fidelidad a la gracia es, pues, no solamente de gran importancia, sino absolutamente necesaria e indispensable para progresar en los caminos de la unión con Dios. El alma y su director no deberán tener otra obsesión que la de llegar a una continua, amorosa y exquisita fidelidad a la gracia.

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