Él paró de beber


    por Alexandre de Hollanda Cavalcanti


      En general los padres de familia son ejemplo para sus hijos y los enseñan a enfrentar la vida, a tener una buena conducta y una buena educación. Pero otras veces son los hijos que enseñan a sus papás y estos han de tener la suficiente humildad de, cuando es el caso, saber aprender de sus hijos.
      Este fue lo que aconteció con Juvenal, un pobre albañil que tenía tres hijos pequeños y su esposa Nazaria se quedó embarazada del cuarto hijo. Pero Juvenal, ha mucho habría encontrado un otro «amor» para su vida: el alcohol. De un vasito por la mañana pasó a dos y después a tres, después por la tarde y la noche... La vida de Juvenal no tendría más sentido, vivía borracho casi todo el día.
      Las casas que construía se quedaban con paredes sinuosas y la gente no más le contrataba para hacer sus servicios. La comida comenzaba a faltar en casa pues la poca plata que conseguía la gastaba con el licor.
      Nació el cuarto hijo en esta situación. Un niñito tan lindo, tan hermoso, y que la mamá cuidaba con tanto cariño, mientras el olor a alcohol del aliento de Juvenal era su parte de «educación» que daba al niño. Los meses se pasaron y llegó el tiempo en que la mamá tendría que dar los primeros alimentos al niño... pero no había nada, ni leche en casa.
      El desespero de la mamá llegó a tanto que fue a pedir a la vecina que le ayudara con un poquito de dinero para comprar leche para el niño. La bondadosa vecina le regaló algunas monedas, el suficiente para comprar la leche. Nazaria entonces pidió a su esposo:

- Juvenal, ¿puedes ir al mercado y comprar un litro de leche para nuestro hijo?
- Pero... no hay plata para esto – contestó el esposo.
Acá lo tengo, la vecina me ha regalado.- Está bien, me voy y vuelvo pronto.
          Pero, en el camino, poco antes del mercado, estaba una casa de licores e la tentación comenzó a batir en la puerta... Un poquito solo... Tomo un vasito de licor y compro medio litro de leche... el niño no precisa tanto... E entró en la casa de licores, gastando ahí todas las monedas que la esposa le había dado.
          Volvió para casa medio borracho y sin plata. Tenía vergüenza de decir a la pobre esposa que había caído en la tentación.

    - Nazaria...
    - ¿Está la leche? ¡El niño tiene hambre!
    - Sabe Nazaria, la tentación fue fuerte... el diablo...
    - ¿El diablo? No le ponga la culpa al diablo, él tienta a todos, más lo obedecen los que quieren.
            La pobre Nazaria fue batir de nuevo a la casa de la vecina, pero, ella había salido y no volvía antes de la noche. Nazaria se sentó en un canto de la casa, triste, sin palabras... en su corazón, pedía a la Virgen María que no dejase su hijo morir de hambre. Pero por las tres de la tarde, sin comer ni tomar nada desde la mañana, el niño se puso a llorar de tanta hambre. Lloraba fuertemente y la mamá por más que quisiera no lo conseguía consolar.
            Juvenal, en su cama escuchaba el llanto del niño y era tan fuerte y desesperado que le llego hasta su corazón como una lanzada. Juvenal se levantó. «Mi hijo me está enseñando» - pensó en su interior.
            Yo no tengo el derecho de hacer esto. Abrió el armario e tomó una botella de licor que tenía ahí escondida e la tiró al piso con fuerza, partiéndola en pedazos. «A partir de ahora, ¡nunca más tomaré nada de alcohol! ¡Me hijo me ha enseñado a vivir!».
      Fue corriendo al mercado y, sin conseguir sostener las lágrimas que le corrían por el rostro, contó al dueño del mercado todo que había acontecido y le pidió un poco de leche, por el amor de Dios y de la Virgen Santa.
            El bueno portugués, dueño del mercado le regaló cinco litros y le dijo:
      - Esto Juvenal te servirá para algunos días. Ven mañana a mi casa, que hay una obra de construcción y te voy a contratar para esto.
            Juvenal volvió contento, y la situación difícil le enseñó que con humildad, debería aprender de hijo esta lección y nunca más volvió a emborracharse. 
            La sufrida Nazaria agradeció a la Virgen Santísima que nunca consigue quedar insensible delante de las lágrimas de una madre y le agradeció por tan grande auxilio, que ha cambiado no sólo la vida de Juvenal, mas de toda la familia.

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