Formación del Canon Cristiano


Por Alexandre de Hollanda Cavalcanti


En el conocido «Sermón de la Montaña», Carta Magna del Reino de Dios, el Señor, finalizó diciendo: «Quien escucha mis palabras y las pone en práctica, puede compararse a un hombre que edificó su casa sobre roca [...] Quien las escucha y no las pone en práctica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena: vino la tempestad y su ruina fue completa». (Mt 6, 24-27) Las palabras de Jesús fueron precisas y tienen una amplitud eterna. No hablaba el Hijo de Dios sólo para aquellas personas que lo rodeaban, sino para la Historia.
Capítulo I: Autoridad de la Iglesia
La cuestión de la autoridad es fundamental cuando se trata de conocer el fenómeno del canon en el Cristianismo, pues, como decía Leonardo Lessio, «Quia nulla est alia regula ordinaria, quae fidem infallibiliter proponat praeter Scripturam et Eclesiam. At per Scripturam non potest cognosci quaenam sit Scriptura, quae non. Ergo debet congnosci per Ecclesiam».1
Pié-Ninot explica que el significado de «la roca» asume dos dimensiones: Primero a Cristo y después al mandato recibido por Pedro: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16, 18)2, haciendo de Pedro el fundamento sobre el cual Cristo edificó su Iglesia.3 Punto de unión y cohesión de todo el edificio. Pedro recibe la potestad de atar y desatar que simboliza la capacidad de crear o abolir una ley que obliga en consciencia.4 Éste se presenta ininterrumpidamente como la piedra de escándalo, desde las luchas medievales entre el imperio y el sacerdocio, hasta las actuales oleadas de protesta contra la guía del Papa.5 Aunque Jesús no hable de sucesión, se constata la «étonante posterité de Pierre».6 El Papado garantiza la unidad y la jerarquía constituye el fundamento.7
Por otro lado, lo que es edificado sobre la arena voluble del capricho personal de los «reformadores», no soporta los vientos de la historia y se va deshaciendo y dividiendo, como dejó escapar Lutero, en un conversación con Melanchthon, en Wittenberg:
«¿Cuantos maestros diferentes surgirán el próximo siglo? La confusión llegará al culmen. Cada uno va a querer tornarse su proprio Rabbí.... ¡Que enormes escándalos se preparan!».8
A la única Iglesia de Cristo le fue confiado el Depósito de la Fe, constituido por la sagrada Tradición9 y la Sagrada Escritura, competiendo a la misma Iglesia el poder y el deber de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, escrita o contenida en la Tradición. A este magisterio y sólo a él, compete encontrar en este Depósito, todo lo divinamente revelado.10
Capítulo II: Misión de los «protocristianos»
Esta misión confiada a la Iglesia de estudiar y definir cuáles libros contienen, con certeza, la Palabra revelada, tanto del Antiguo cuanto del NT, ha sido un trabajo largo y difícil, llevando siglos hasta una definición definitiva y irreformable, que constituyó el Canon cristiano.
La enorme multiplicidad de la historia de las religiones11 muestra que cualquier credo religioso que se considere revelado, termina por sentir la necesidad de fijar una regla sobre sus escritos fundamentales, señalando los límites entre los que son, o no, considerados revelación, o sea el límite entre lo humano y el divino. Este proceso natural ha acontecido también en la Iglesia primitiva, con una diferencia fundamental: la dirección del Espíritu Santo. El prólogo del Evangelio de San Juan afirma: «En el principio era el Verbo» (Jn 1, 1) así, el Cristianismo no coloca en el centro ni un libro ni la liturgia, sino al propio Jesús, Palabra de Dios hecho hombre.
En las sesiones del Concilio Vaticano II, Mons. Neophytus Edelby afirmaba: «La Iglesia, aún cuando no tenía el NT, ha vivido siempre bajo el impulso del Espíritu Santo, que Jesús mismo le entregó». Y completaba: «La tradición es la epíclesis de la historia de la salvación, la teofanía del Espíritu, sin la cual la Escritura es letra muerta».11 Como consecuencia de esta acción del Espíritu Santo, el conjunto de la tradición apostólica, es expresión auténtica de la tradición.12
La historia muestra que la diferenciación entre la fe judía y cristiana llevó años para definirse. La destrucción del Templo de Jerusalén es considerada el marco de esta ruptura. La necesidad de definición de las Sagradas Escrituras propiamente cristianas, era así, una misión que exigía un alto grado de respeto y de libertad.13 La formación de una lista segura de los textos considerados como de origen divino ayudaría a cumplir las necesidades de la Iglesia naciente.14
La primera consecuencia fue el de aceptar el origen del AT, como un fenómeno de Inspiración (2 Tim 3, 16) y caracterizado por San Pablo como tal (2 Cor 4, 14), percibiendo la acción del Espíritu Santo que intervenía en la redacción de los textos sagrados. El NT surgió, a su vez, del conocimiento personal de la generación apostólica, como fruto de la ación pneumatológica.
Jesús no nos dejó escritos, ni mandó a sus seguidores que escribiesen sus memorias. Sólo dijo: «Id por todo el mundo y predicad la buena nueva». Conforme a estas enseñanzas habladas, reflexionadas y celebradas, vivieron las primitivas comunidades durante 20, 30 o más años.15
La constitución de la Biblia con dos Testamentos, representando la Antigua y la Nueva Alianza, ya había sido profetizada por Jeremías16.
San Ireneo ( 130-†202) afirma que los gnósticos separan y oponen el AT al NT, acusación idéntica a que hace Tertuliano a Marción, que rechazó el AT para quedarse con un NT «purificado».17 Esta falacia ya fue contestada en su tiempo, quedando firme la íntima relación entre los dos Testamentos, como enseña San Gregorio Magno ( 540-†604): «el Antiguo ha prometido y el Nuevo ha hecho ver».18
Es íntima la relación del origen apostólico de los escritos neotestamentarios con el problema del canon del NT. Es indudable que la convicción de una procedencia apostólica tuvo gran importancia en la rápida aceptación de los textos sagrados como palabra inspirada frente a los llamados evangelios apócrifos.
La Iglesia primitiva consideraba, en su mayoría, al autor del Evangelio de Marcos como la voz auténtica y el verdadero intérprete de Pedro. El primer testimonio de la paternidad del Evangelio de Marcos es presentado por Papías (†130), obispo de Hierápolis de Frigia. También Clemente de Alejandría (†215) confirma la tradición de que Marcos es el intérprete de Pedro.19
Joachim Jeremías ( 1900-†1979) afirma que Marcos escribe en el griego más primitivo, y que es el más espontáneo de todos, basándose en la agrupación de complejos de tradición que habían nacido de exposiciones doctrinales (didaskali¢ai).20
1 cf. ARTOLA ARBIZA, Antonio María, De la Revelación a la inspiración. Los orígenes de la moderna teología católica sobre la inspiración bíblica. Institución San Jerónimo, Universidad de Deusto, España, 1983, pp. 140-141.
2 En los últimos cien años hubo muchas discusiones sobre la originalidad del texto escrito por San Mateo, alegando que sería un texto manipulado alrededor del año 130 con miras a justificar el primado de Pedro y sus sucesores. Sin embargo, durante siglos nadie puso dudas a ese pasaje, sino en el siglo XIX, cuando el racionalismo se infiltró en la exégesis bíblica y el historicismo protestante del siglo XX empezó frustradas tentativas de descalificarlo. Los textos más antiguos que reproducen el pasaje no presentan ningún vestigio de adulteración: ni el Diatessaron de Taciano, ni los escritos de los Padres de la Iglesia, ni tampoco los 4.000 códices de los ocho primeros siglos que hoy se conocen. Por el contrario, hay más de 160 pasajes del NT en que Pedro es mencionado ocupando, en muchos de ellos, una posición de supremacía sobre los demás Apóstoles.
3 cf. PIÉ-NINOT, Salvador, Eclesiología, la sacramentalidad de la comunidad cristiana, Ediciones Sígueme S.A.U., Salamenca, España, 2006, p. 438-445.
4 cf. CABALLERO BASA, Eduardo, Primato e infallibilità di Pietro, Rivista Araldi del Vangelo, n. 94, Roma, Italia, febrero de 2011, pp. 19-25.
5 cf. RATZINGER, Joseph, La Iglesia. Una comunidad siempre en camino, Ediciones San Pablo, Madrid, España, 2005, P. 43.
6 cf. GRAPPE, Christian, D’un Temple à autre, Pierre et l‘Eglise primitive de Jerusalem, Presses Universitaires de France, París, Francia, 1992, pp. 88-115.
7 cf. DE LA FUENTE, Eloy Bueno, Eclesiología, Biblioteca de Autores Cristianos, segunda edición, Madrid, 2002, p. 215.
8 cf. ROPS, Daniel, A Igreja da Renascença e da Reforma (I), Editora Quadrante, São Paulo, Brasil, 1996, p. 338.
9 La Sagrada Tradición es la Palabra de Dios transmitida en la vida de la Iglesia. Podríamos decir que es el conjunto de verdades doctrinales y espirituales que vienen de Cristo y de los Apóstoles, están reflejadas en la Escritura, son confesadas, celebradas y vividas en el seno de la Iglesia. Cf. MORALES, José, Introducción a la teología, Pamplona, España, 1998, p. 150.
10 cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Dei Verbum, sobre la Revelación divina, 18 de noviembre de 1965, n. 10.
11 cf. RAHNER, Karl y WEGER, Karl Heinz, ¿Que debemos creer todavía? Propuestas para una nueva generación. Editorial Sal Terrae, Santander, España, 1980, pp. 95-96.
11 cf. ARTOLA ARBIZA, Antonio María, C.P., La Biblia como palabra de Dios en el Vaticano I y el Vaticano II, en Alfa Omega 7, 2004, p. 54.
12 cf. SÁNCHEZ CARO, José Manuel, El Canon de la Biblia, apud ARTOLA ARBIZA, Antonio María, y SÁNCHEZ CARO, José Manuel, Introduccion al Etudio de la Biblia. 2. Biblia y Palabra de Dios, Editorial Verbo Divino, España, 1989, p. 108.
13 cf. WILCKENS, Ulrich, La Carta a los Romanos, Tomo II, Ediciones Sígueme, Salamanca, España, 1992, p. 429.
14 cf. BROWN, Raymond Eduard, FITZMYER, Joseph Augustin y MURPHY, Roland Edmund, Comentario Bíblico «San Jerónimo», Ediciones Cristiandad, Madrid, España, 1972, Tomo V, pp. 51-52.
15 cf. MIRANDA, José Miguel, Lecciones Bíblicas, guía práctica para el conocimiento de la Biblia, Ediciones Sociedad de San Pablo, Bogotá, Colombia, 21a. Edición, 2004, p. 36.
16 cf. AGUSTÍN de Hipona, San, Epistola 82 a Jerónimo, in Obras Completas de San Agustin,Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, España, 1953, Tomo VIII, p. 505.
17 cf. SÁNCHEZ ROJAS, Héctor Gustavo, Jesucristo Reconciliador, la reconciliación por Jesucristo en la Ciudad de Dios de San Agustín,Editorial Vida y Espiritualidad, Lima, Perú, 1996, pp. 40-44.
18 cf. BENEDICTO XVI, Exhortación Post-Sinodal Verbum Domini, sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia, n. 41.
19 cf. ODEN, Thomas C. y HALL, Christopher A., La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia y otros autores de la época patrística. Editorial Ciudad Nueva, Tomo II, Madrid, España, 2000, pp. 28-30.
20 cf. JEREMIAS, Joachim, Teología del NT. Tomo I: La predicación de Jesús. Edicione Sígueme, Salamanca, España, 1974, pp. 53-54.

Comentarios

Entradas populares