El tesoro en el campo


Por Mons. João S. Clá Dias


«El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta y, lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo». (Mt 13, 44 s.)

Los detalles secundarios son omitidos por el evangelista. ¿Los habrá tratado o no el Divino Maestro? No hay manera de saberlo, pero podemos imaginar cuán atractiva debió ser la exposición de Jesús, por el hecho de discurrir sobre los temas a través de su humanidad y, pari passu, ir iluminando, disponiendo y auxiliando con la gracia y su divino poder, el fondo de alma de cada uno de los presentes.

Mateo tiene en mente un objetivo concreto, por eso sintetiza la parábola en sus elementos esenciales, dejando de lado, por ejemplo, la indicación de cómo fue descubierto el tesoro. Son conocidos otros episodios en la Historia acerca de hallazgos deslumbrantes como ése. Por ello, queda hecho el encargo a nuestra imaginación para ambientarlo, completando los pormenores.

El hombre esconde el tesoro nuevamente. Desde una perspectiva moral, procede correctamente, sin apropiarse de las riquezas encontradas, y además se muestra prudente al no dejar visibles esas preciosidades, para evitar las tentaciones que otro pudiera tener al encontrarlas. “Este dato no es necesario acomodarlo al significado de la parábola, porque, según mi teoría, no es parte de ella, sino ornato” 7. Maldonado trata sobre este punto en particular con mucho y sabio criterio, glosando consideraciones de San Jerónimo y San Beda.
Nos parece curioso que los autores concentren sus comentarios sobre el hombre que encuentra el tesoro, pero sean desdeñosos al considerar el terreno en donde estaba oculto. Permítasenos una aplicación al respecto.
Mirando los primeros tiempos de la Iglesia, vemos cuánto les costó a judíos y paganos convertidos la “compra del terreno” en que se escondía el tesoro de la Salvación. Se les exigió una renuncia total: a la familia, los bienes, la reputación y hasta la propia vida. Pero no obstante, ¡qué bien procedieron los que entonces adoptaron la fe católica!
¿Qué papel representa la humanidad actual? ¿El del hombre que quiere comprar o el del que quiere vender? Infelizmente, casi la totalidad de los hechos nos inclina a la segunda conjetura. Hoy muchos de nosotros caemos en la insensatez de no dar más importancia al tesoro de nuestra fe, que tanto costó a nuestros ancestros, y por el cual el Salvador derramó toda su Preciosa Sangre en el Calvario. Por qué precio miserable vendemos, algunos, ese tesoro tan elevado, como lo hizo Esaú con su primogenitura, al intercambiarla por un mísero plato de lentejas. Hoy más que nunca se multiplicaron las “lentejas” de la sensualidad, de la corrupción, del placer ilícito, de la ambición, etc.
Aquí también podría incluirse la figura del religioso que se deja arrastrar por los quehaceres concretos y va olvidándose del “tesoro” a cambio del cual lo abandonó todo en su primitivo fervor.
Esa alegría plena del hombre de la parábola debe acompañarnos la vida entera, sin pausas, porque es efecto de la verdadera fe. La virtud es un don gratuito; no se compra. Sin embargo, su posesión continua y creciente cuesta esfuerzos de ascetismo, piedad y fervor. Es preciso que “vendamos” todas nuestras pasiones, caprichos, manías, vicios, sentimentalismos, etc., en resumen, toda nuestra maldad. No hay mejor “negocio” en esta Tierra.

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