El distintivo personal de María
La
Constitución dogmática Lumen Gentium, en su capítulo VIII,
acusa la historia de su propia redacción y el ambiente dudoso en que
se plasmó, como capítulo de la constitución de la Iglesia. Es un
texto singular sobre todo por constituir una mariología casi
completa, hecho único en toda la historia de los concilios
ecuménicos, bien como por haber sido redactada en una asamblea
conciliar, en la que se oyeron no pocas ni pequeñas reservas sobre
la Virgen, caso también único.
María
en el plan divino de nuestra salvación
En
los ns. 52 y 53 del capítulo VIII, de la mencionada Constitución,
se sitúa a María dentro del plan divino de la salvación y se
recogen los vínculos que la unen excepcionalmente a la Santísima
Trinidad. En el plan de salvación, que es una historia de desarrollo
lineal, la persona de Adán marca el inicio de la existencia del
hombre en la tierra. Presencia que avanza la línea histórica en
tensión de promesa y profecía hasta el punto culminante que llama
san Pablo «plenitud de los tiempos», que son los tiempos de Cristo,
para seguir después avanzando en la historia de la Iglesia hasta la
consumación escatológica de la Parusía. Este plan divino realizado
por Dios, cuenta con la participación del hombre. Esta participación
humana empieza con la Encarnación, cuyo término es el Salvador, que
es Dios y hombre a la vez. De esta forma, en este plan divino tiene
su puesto María, casi como el inicio de la participación humana en
la salvación. El texto conciliar lo enuncia sencillamente,
recogiendo las palabras de san Pablo: «envió a su Hijo, hecho de
mujer» (Gal. 4, 4), y la fórmula sagrada del Símbolo: «se encarnó
por obra del Espíritu Santo, de María, la Virgen».

Respuesta
a los cuestionamientos
Se
podría cuestionar que era natural que una doncella con su edad fuese
virgen y que por tanto, no había ningún mérito más que de las
otras chicas palestinas. Pero hay que considerarse que en la sociedad
judaica no había la figura de la virgen consagrada y todas las
doncellas anhelaban el día de su casamiento. Siendo ya prometida de
José no cabría a la Santísima Virgen preguntar al mensajero divino
«¿cómo puede ser eso?», pues la respuesta sería obvia: «estás
prometida a José, cásate, habita con él y concibe», pero no, si
Ella preguntó al ángel, es porque a pesar de estar prometida en
casamiento, Ella tenía la decisión de mantener su virginidad como
total entrega a Dios. Por eso preguntó al ángel cómo se daría
eso, si no «conocía varón».
En
la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, el Papa Juan Pablo II
afirma:
«Nadie se ha dedicado con la
asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los
ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la
Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los
meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus
rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven
también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió
en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).
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