María y la alianza irreversible


Por Alexandre de Hollanda Cavalcanti
El Beato Juan Pablo II, en su Encíclica Redemptoris Mater, afirmaba:
«El plan divino de la salvación, que nos ha sido revelado plenamente con la venida de Cristo, es eterno. Abarca a todos los hombres, pero reserva un lugar particular a la mujer que es la Madre de Aquél, al cual el Padre ha confiado la obra de la salvación».1
Como escribe el Concilio Vaticano II, «Ella misma es insinuada proféticamente en la promesa dada a nuestros primeros padres caídos en pecado», según el libro del Génesis (cf. 3, 15). «Así también, Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel», según las palabras de Isaías (cf. 7, 14). De este modo el Antiguo Testamento prepara aquella «plenitud de los tiempos», en que Dios «envió a su Hijo, nacido de mujer, ... para que recibiéramos la filiación adoptiva».2
Sin embargo, María juega un papel históricamente mediador entre el Dios Santo y el hombre pecador. Ésta es la razón de que, desde el siglo VIII, los predicadores bizantinos le dieran el título de mediadora. Mediadora por parte de la tierra, decían, como el arcángel Gabriel lo era por parte del cielo, en la embajada de la anunciación: Gabriel transmitía la invitación de Dios y María respondía sola en nombre de toda la humanidad.3
El consentimiento de María sella una nueva alianza de Dios con los hombres: una alianza irreversible, ya que Dios en persona, se compromete en la aventura humana, y su solidaridad plena se enraíza en su Madre. Con su «fiat» María nos hace hermanos de Dios, consanguíneos de Cristo4 y herederos de su gloria5, Ella es introducida definitivamente en el misterio de Cristo.6 Dios podría, en su omnipotencia actuar de forma impositiva y determinar la Encarnación del Verbo sin consultar a María, una vez que la criatura, en cuanto obra y ser contingente está infinitamente debajo del poder del Creador.
Entretanto, si así fuera, María sería un mero instrumento, como el pincel en manos de un pintor o como alguien que, bajo presión física o moral, o aún bajo promesa de pago, hiciese una buena acción. En el caso de la Anunciación, Dios quiso, entretanto, la aceptación de María. Dios quiso establecer una alianza con la humanidad y la clave de esta alianza era María. Por eso, Dios le propone y pide su consentimiento. Hasta el momento del «fiat mihi» todo podría volver atrás, pero con el consentimiento amoroso y total de María, estaba sellada la alianza que no tenía vuelta atrás. El Verbo divino asumió la naturaleza humana: el alma racional y el cuerpo formado en el seno purísimo de María. La naturaleza divina y la humana se unían en una única Persona: Jesucristo, verdadero Dios y, entonces, verdadero Hombre; Hijo verdadero de María. 7
Dios acepta la condición de ser concebido como un ser humano. Tiene una madre que le puede decir: «En ti está el Señor del mundo». 8 Vemos - dice San Juan Crisóstomo - «Que Jesús ha salido de nosotros y de nuestra sustancia humana, y que ha nacido de Madre Virgen: pero no entendemos cómo puede haberse realizado este prodigio. No nos cansemos intentando descubrirlo: aceptemos más bien con humildad lo que Dios nos ha revelado, sin escudriñar con curiosidad en lo que Dios nos tiene escondido».9 Con ese acatamiento, sabremos comprender y amar; y el misterio será para nosotros una enseñanza más convincente que cualquier razonamiento humano.10
1 Sobre la predestinación de Maria, cf. S. Juan Damasceno, Hom. in Nativitatem, 7; 10: S. Ch. 80, 65; 73; Hom. in Dormitionem I, 3: S. Ch. 80, 85: «Es Ella, en efecto, que, elegida desde las generaciones antiguas, en virtud de la predestinación y de la benevolencia del Dios y Padre que te ha engendrado a ti (oh Verbo de Dios) fuera del tiempo sin salir de sí mismo y sin alteración alguna, es Ella que te ha dado a luz, alimentado con su carne, en los últimos tiempos ...».
2 cf. JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris Mater, sobre a Bem-aventurada Virgem Maria na vida da Igreja peregrina, Edições Paulinas, São Paulo, Brasil, 1987, item 7
3 cf. LAURENTIN, René, op. cit. p. 19. A partir de ese momento, la «Elegida», pasó a ser también la «Clave» del misterio cristiano.
4 cf. ESCRIVÁ DE BALAGUER, San Josemaría, Homilía pronunciada el 11.10.1964, fiesta de la Maternidad de la Santísima Virgen, Amigos de Dios, Homilías, Ediciones Rialp S.A.,Vigésimoquinta Edición, España, 1977, p. 398
5 cf. ESCRIVÁ DE BALAGUER, San Josemaría, Camino, Editorial Hemisferio, Cuarta Edición peruana, Lima Perú, 1998, p. 161
6 cf. JUAN PABLO II, op. cit., item 8.
7 cf. ESCRIVÁ DE BALAGUER, San Josemaría, Homilía pronunciada el 11.10.1964, fiesta de la Maternidad de la Santísima Virgen, en, Amigos de Dios, Homilías, Ediciones Rialp S.A.,Vigésimoquinta Edición, España, 1977, p. 388
8 cf RATZINGER, Joseph, y SEEWALD, Peter, Op. cit., p. 275
9 S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum homiliae, 4, 3 (PG 57, 43)
10 cf. ESCRIVÁ DE BALAGUER, San Josemaría, Homilía pronunciada el 24.12.1963, en, Es Cristo que Pasa, Ediciones Rialp S.A.,Trigésimoquinta Edición, España, 1992, p. 48

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