María: plenitud de gracia

Por Hna. Carmela Werner Ferreira, EP
María recibió en el propio acto de la creación de su alma la gracia habitual con tal abundancia que ya entonces se podía verificar lo que el ángel le diría en el momento de la Anunciación: “¡Alégrate!, llena de gracia”. Así lo afirma el Doctor Angélico, citando a San Jerónimo: “A los demás se les otorga parcialmente, mientras que en María infundió (Dios) la plenitud de la gracia”.
Este primer grado de plenitud, destinado a ampliarse de manera continua hasta la Asunción, se distingue por el privilegio de la Inmaculada Concepción: “Es necesario que se sostenga, como principio fundamental, que la Virgen Madre ocupa en el orden de la restauración del género humano el mismo lugar que Eva en nuestra ruina”. Si ésta nos trajo el pecado, la que nos traería la gracia debería ser concebida sin él.
Para dejar patente esa plenitud inicial, el Beato Pío IX afirmaba al proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción que Dios “tan maravillosamente la colmó de la abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los ángeles y santos, que Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado y toda hermosa y perfecta, manifestase tal plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios y nadie puede imaginar fuera de Dios”.
Nuestra Señora sobrepasa de esta manera, ya en sus comienzos, el auge alcanzado por los más grandes bienaventurados, porque “una persona recibe más gracias cuando es más amada por Dios. Ahora bien, María, desde el primer instante, en su calidad de futura Madre de Dios, fue por Él más amada que cualquier santo, incluso mismo al final de su vida, y más que cualquier ángel. [...] La gracia final de todos los santos, aun tomados en conjunto, no es proporcional a la dignidad de Madre de Dios, la cual es de orden hipostática”.
Por eso, es pertinente la comparación hecha por San Luis Grignion de Montfort al decir que María Santísima daba más gloria a Dios cosiendo o hilando en la rueca en la casa de Nazaret que San Lorenzo muriendo quemado en la parrilla.
Crecimiento de la gracia inicial
La gracia inicial que María Santísima recibió, por muy inconmensurable que fuese, aún así no era infinita, “la cual es propia y exclusiva de Cristo”. La gracia en María, por lo tanto, “puede crecer y desarrollarse indefinidamente”, porque a medida que progresa espiritualmente, el alma amplía su capacidad para recibir más gracias.
Así se explica perfectamente que María estuviese llena de gracia desde el momento de su inmaculada concepción, y sin embargo su gracia inicial fuese creciendo y desarrollándose cada vez más, hasta alcanzar finalmente una plenitud inmensa, incomprensible, solamente inferior a la de Nuestro Señor Jesucristo, que era rigurosamente infinita —como Hijo de Dios— y no podía crecer ni creció jamás en Él”.
Este aumento de gracia en Nuestra Señora tuvo algunos momentos culminantes, y los teólogos “admiten al menos tres: el momento de la Encarnación del Verbo en sus entrañas virginales, el de su dolorosísima compasión al pie de la Cruz de su Hijo y el día de Pentecostés al bajar sobre Ella el Espíritu Santo con una plenitud inmensa”.
Su vocación no tiene proporción humana, sino divina
Podemos imaginarnos muy bien el gozo a un mismo tiempo discreto e intenso que invadiría el alma de todos los que se encontraban en el Templo de Jerusalén cuando la Virgen María fue llevada allí por sus padres. El venerado matrimonio se preparaba para desprenderse de su hija y ya estaban sintiendo añoranzas de esa niña adornada de toda su hermosura de alma y de cuerpo. Reconocían que aquel era el único lugar digno donde Ella debía vivir. Aunque no tenían una noción muy exacta del futuro que le estaba reservado a su hija, Joaquín y Ana intuían que María había sido hecha solamente para el Señor, y no para sí mismos.
Sí, le aguardaban acontecimientos extraordinarios, ¡los más grandes que la inteligencia divina pudiera concebir! ¡Fue llamada a ser la Casa de Dios! El Beato Pío IX en la Bula Ineffabilis Deus así exalta la predestinación de la Santísima Virgen: El inefable Dios [...] eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que su unigénito Hijo, hecho carne de Ella, naciese, en la dichosa plenitud de los tiempos, y en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en Ella se complació con señaladísima benevolencia”.




El conjunto de beneficios conferidos a María, conforme señala el Papa de la Inmaculada, proviene del hecho de que haya sido escogida para la maternidad divina. La relación de Nuestra Señora con la venida de Cristo al mundo es total, hasta tal punto que los teólogos sustentan que de no haberse efectivado la Encarnación, la Santísima Virgen tampoco tendría razón de existir. “Todos los dones, gracias y privilegios excepcionales que le fueron concedidos a María por la divina liberalidad, lo fueron en atención a este hecho colosal e incompresible: María Madre de Dios”.

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