Papa Benedicto XVI, el Sucesor de Pedro


Por Alexandre de Hollanda Cavalcanti

          El Domingo 21 de agosto es día de San Pío X, un gran Papa que marcó desde su inicio el Siglo XX con su santidad y con sus documentos, como por ejemplo el Motu Propio Tra le Sollecitudine sobre la música sacra, donde da normas muy bellas sobre la participación en la Santa Misa.
      Por otro lado, en España vimos como la figura de Benedicto XVI ha suplantado todas las expectativas, con la participación entusiasmada de más de dos millones de jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud.
        Le invito, así, a una reflexión sobre el ministerio de Pedro, instituido por Nuestro Señor Jesucristo para permanecer siempre como guía de toda la humanidad. Volvamos en el tiempo, no uno o dos, sino 1979 años en la historia y contemplemos en las campiñas y vales de la Palestinas un joven de cabellos largos hasta los hombros, barba elegante dividida al medio y un semblante sereno y grabe, con una expresión literalmente divina...
     El viento soplaba suave, mientras un arquitectónico conjunto de nubes blancas y resplandecientes proporcionaba una agradable sombra sobre los miles de hombres, mujeres, niños y niñas, que sentados en la hierba abundante oían atentos las palabras do joven Rabí muy considerado en toda la región.
Era gente de todos los tipos y escalones sociales, pescadores, comerciantes, artesanos, hombres, mujeres, niños, ancianos. Todos tenían la atención prendida en sus palabras dulces como la miel, bellas como los panoramas marítimos, suaves como el olor del lirio de los campos, brillante como los rayos dorados de la aurora, pero al mismo tiempo firme y dotadas de una autoridad que nadie sabia bien de donde venia.
Sus palabras eran más que un simple discurso, tenían a fuerza de una convocatoria, la exigencia de un nuevo estilo de vida que parecía ser la «Carta Magna» de un reino perfecto, en el cual, la «dulce primavera de la fe» transformaría la sociedad deshumanizada y cruel del paganismo en un reino de amor, de virtud, de bondad y pureza.
Sus doctrinas parecían ir de encuentro a todo lo que se vivía en la época... Bienaventurados, decía, los pobres, en una sociedad en la cual la riqueza y el poder distinguían las personas...
«Bienaventurados los que lloran»... en un mundo donde el hedonismo greco-romano predicaba la doctrina homérica del «Carpe diem»...
«Bienaventurados los que tienen corazón puro», en un mundo que estadeaba en la lujuria, en la opulencia y en el placer, la alegría de vivir...
«Bienaventurados los pacientes».... en una sociedad donde la fuerza dominaba los hombres y mujeres hasta las más humillantes situaciones a que les obligaba la esclavitud que quitaba al ser humano su misma característica ontológica y los relegaba a la categoría de cosa (res)...
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia»... en una una época en que la diversión era proporcionada la sangre injustamente derramada de los gladiadores y de las víctimas de las fieras....
«Bienaventurados los misericordiosos»... en una sociedad que no sabía lo que era la misericordia...
«¡Alegraos!» Decía, cuando sean insultados y perseguidos, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron» (Mt 5, 1-12).
La gente quedaba estupefacta y admirada en ver una persona tan joven, enseñando con tanta autoridad. Cuando todos estaban con la atención totalmente prendida en el joven cuyos largos cabellos ondeados revoleteaban al gusto del viento. Él paró de hablar por algunos segundos y miró fijamente a todos con una mira que era al mismo tiempo de dulzura y suave reprensión:
«Todo aquel que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue completa». (Mt 6, 24-27)
           Las palabras de Jesús fueron precisas y tienen una amplitud eterna. No hablaba el Hijo de Dios sólo para aquellas personas que lo rodeaban, sino que hablaba para toda la humanidad, para toda la Historia.
1. La casa edificada sobre la «roca»:
¡Edificar a casa sobre la roca! El Maestro enseñó a todos aquello que Él mismo haría al edificar su casa. Casa que quedará de pié, bajo cualquier viento o tempestad de la historia, hasta la consumación de los siglos y sobre la cual las potencias del mal nunca prevalecerán: la Santa Iglesia Católica y Apostólica que encuentra hoy, en Roma, la roca firme donde el Señor la edificó. Ciudad eterna donde resonará para siempre jamás las palabras edificantes y edificadoras Cristo:
«Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella» (Mt 16, 18)1
Así, Pedro es comparado a los cimientos de una casa, él es el fundamento sobre el cual Cristo constituyó su Iglesia y que proporciona la cohesión y estabilidad a todo el edificio. La potestad de su jurisdicción figurada en la metáfora de las llaves, que tanto en el lenguaje bíblico, cuanto en el profano, son símbolo de dominio. Por fin, aparece la imagen del atar y desatar que simboliza la capacidad de crear o abolir una ley que obliga en consciencia.2
2. El primado de Pedro:
La cuestión del primado de Pedro y de su continuación en los obispos de Roma es el punto más candente del debate ecuménico y mismo dentro de la Iglesia se presenta ininterrumpidamente como la piedra de escándalo, comenzando por las luchas medievales entre imperio y sacerdocio, los movimientos por las iglesias nacionales de la época moderna y las tendencias de separación de Roma del siglo XIX hasta las actuales oleadas de protesta contra la guía del Papa.3
Pié-Ninot explica que el significado de «la roca» en el judaísmo la refieren a Dios, pero sirve también para calificar aquellos que en su pueblo sostienen su causa: Abrahán en primer lugar, después el Mesías y finalmente Simón Pedro. También en el Qumrán la comunidad escatológica está fundada sobre la piedra angular que es Dios mismo, a la vez que sobre las personas que ponen toda su confianza en él como «piedras vivas», según atestigua 1 QH 6, 25-27: «Tú pondrás el fundamento en la roca […] para construir un edificio robusto».
3. El edificio cimentado sobre la «roca»:
Por otro lado, Christian Grappe, en su obra D’un Temple à autre, muestra un gran paralelismo con Is 28, 16: «Pongo una piedra en Sión, una piedra de granito, angular, preciosa, bien fundamentada; quien crea no vacilará», aunque no habla explícitamente de sucesión, sus conclusiones quizá tengan algo que ver con ella cuando constata la «étonante posterité de Pierre».4 Así, interpretada en clave mesiánica por los LXX al transformar la última frase en «quien crea en ella no vacilará». De esta forma Mt 16, 18 toma del trasfondo profético-qumrámico la tradición según la cual Dios se dispone a establecer un edificio firme – la ekklésia – fundamentado en «la roca», teniendo presente además que es Dios quien pide al Maestro de Justicia construir para él «la congregación» (edah = ekklésia; 4 QpSal 37 3, 17).
4. La visión de los Padres sobre la misión de Pedro:
La primera referencia antigua a Mt 16 se encuentra en San Justino (†165); con todo, es en el siglo III que el obispo Esteban aplica el dicho sobre la roca al obispo de Roma, según cuenta Cipriano (Ep. 75, 17). La evolución de la exégesis inicial de Mt. 16, 17s primero dirigida a todos los apóstoles – Tertuliano, Cipriano, Orígenes – y después centrada específicamente en Pedro. Cipriano, al elaborar su teología del episcopado, buscará su fundamento en el texto evangélico de «tú eres Pedro», que interpreta dirigido a todos los obispos (Ep. 33, 1, 1); y ello incluso reconociendo una relevancia especial a Roma (Ep. 59, 14). La doctrina se consolida en el siglo V con San León Magno, a partir de su visión casi «mística» de la identidad entre el obispo de Roma y el apóstol Pedro (Serm. 4, 3s).
En la historia han surgido muchas interpretaciones sobre la palabra «roca» dirigida por Jesús a Simón, la primera y más antigua (Orígenes, Tertuliano), es la interpretación oriental, surgida de la exégesis antioquena, ve Pedro como modelo de creyente, siendo su confesión de fe la roca fundamental de la Iglesia. De esta forma Jesús estaría afirmando que edificaría su Iglesia sobre la fe.
5. Evolución para una visión antirromana:
Esta visión evoluciona para la interpretación antirromana con Zwinglio y Melanchthon. La interpretación augustiniana ve en Cristo la roca-fundamental de la Iglesia, como afirma 1 Cor 10, 4. Hunde sus raíces en Orígenes, Tertuliano y Eusebio y tiene como padre a San Agustín, para quien «Cristo-Petra [es] distinto de Pedro-Petrus». Esta visión fue predominante en el medioevo occidental (Anselmo, Pedro Lombardo, Inocencio III: «El fundamento principal es Cristo y el secundario Pedro». Santo Tomás de Aquino afirma que «Cristo es fundamento secundum se y Pedro en cuanto que confesó a Cristo».
Los teólogos da Pseudo-Reforma5, con Lutero y Calvino a la cabeza, la utilizaron con fuerza en sentido antipapal: «Quieren tener una roca, y ellos – los “papistas” - quieren tener dos».
En el Vaticano I fue una interpretación considerada tradicional por la minoría conciliar, aunque después prácticamente ha desaparecido. Por fin, la interpretación mayoritaria y hoy unánime en la Iglesia que aplica la expresión «la roca» a Pedro y sus sucesores, los Papas, como roca-fundamento de la Iglesia. Esta visión se está representada históricamente, como decimos, por San León Magno, que une Jn 21, 17 y Lc 22, 31, retornando en el Decreto Gelasianum (Siglo VI – DH 350), en el Decretum Gtratianum (Siglo XII), germen del Derecho Canónico.
Será a partir de la Contrarreforma cuando tal interpretación se convertirá en prácticamente exclusiva (Cayetano, Maldonado, Salmerón, Jansenio, Belarmino), lo que quizá pueda justificar la afirmación del Vaticano I referida a los textos petrinos de Mateo y Juan: «Tal como ha estado siempre entendida por la Iglesia católica» (DH 3054). De hecho, aunque dicha comprensión no fuese la mayoritaria antes de la Contrarreforma, tenía testimonios antiguos de gran peso como los papas «Magnos»: León y Gregorio, así como el influyente Decretum Gratianum.
6. Interpretación actual:
Actualmente es la interpretación mayoritaria entre los investigadores católicos, pero también se encuentra progresivamente presente de forma reconocida entre diferentes protestantes. Así, se debe señalar que la referencia a la roca que es Cristo es la más decisiva en todo el Nuevo Testamento, pues Él es la «piedra angular» y de forma derivada lo es Pedro, a quien el Señor confía un ministerio específico en Mt 16. Sobre Pedro, ha querido Cristo construir el edificio escatológico de la salvación, que es la Iglesia, y a Pedro confía «las llaves del reino de los cielos» (Mt 16, 18ss), siendo la misión decisiva del «ministerio petrino» mediar entre la Iglesia histórica y el reino de Dios, con el poder de «atar y desatar», que le concedió Jesucristo.6 La expresión «atar y desatar» a la luz de los paralelos rabínicos, denota la autoridad en el orden de las determinaciones magisteriales, de la actividad de decisión y de legislación, de la capacidad para excluir de la comunidad o reintegrar en ella. Pedro recibe por anticipado y personalmente la autoridad que igualmente será conferida a los otros miembros de los Doce (Mt 18, 18; Jn 20, 23). De esta forma, Pedro no debe ser considerado en soledad, aislado de los Doce. Es el primero, no el único. Habla él, pero en medio de los otros, junto con ellos y en su nombre. Garantiza la unidad, pero no elimina las diferencias. Es la roca, pero los otros constituyen el fundamento (Ef 2, 20).7
La Constitución Dogmática Lumen Gentium, en su n. 13 afirma:
«Dentro de la comunión eclesiástica, existen legítimamente Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias, permaneciendo inmutable el primado de la cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal de la caridad, protege las diferencias legítimas y simultáneamente vela para que las divergencias sirvan a la unidad en vez de dañarla».8
7. La casa edificada sobre la arena:
La casa edificada sobre la roca perdurará por todo el siempre, mientras las edificadas sobre la arena voluble del capricho personal de los «reformadores», no soportan los vientos y las tempestades de la historia y se van desaciendo y multiplicando en una innumerable subdivisión de sectas, como dejó escapar el propio Lutero en una conversa con su discípulo Filipe Melanchthon, en el «convento negro» de Wittenberg:
«¿Cuantos maestros diferentes irán seguir el próximo siglo?La confusión llegará al ápice. Nadie va a querer dejarse gobernar por la opinión o por la autoridad de otros. Cada uno va a querer tornarse su proprio Rabbi. Ves ya Osiandes, Agrícola... ¡Que enormes escándalos se preparan!».9
8. Consecuencias de la misión de Pedro y de la Iglesia:
Que diferencia entre esta instabilidad y los cimientos firmes de la perpetua10 Cátedra petrina, donde Simón es designado y declarado roca, para destacar su función de dar solidez al edificio que se está construyendo y sobre el que se ha de abatir los temporales y adversidades y este edificio es la única Iglesia de Cristo, a cuyo magisterio vivo fue confiado el cuidado del Depósito de la Fe, constituido por la sagrada Tradición11 y la Sagrada Escritura, competiendo a la misma Iglesia la conservación, actuación y profesión de la fe transmitida, con el poder y el deber de interpretar auténticamente la Palabra de Dios escrita o contenida en la Tradición. A este magisterio y sólo a él, compete ejercer la autoridad en nombre de Cristo, a servicio de la Palabra, enseñando tan sólo lo que fue transmitido por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, escuchando, guardando y exponiendo de manera a encontrar en este Depósito único, todo cuanto propone la fe como divinamente revelado.12

1 En los últimos cien años, hubo muchas discusiones sobre la originalidad del texto escrito por San Mateo, alegando que seria un texto manipulado alrededor del año 130 con miras a justificar el primado de Pedro y sus sucesores. Sin embargo, durante siglos nadie puso dudas a ese pasaje, sino en el siglo XIX, cuando el racionalismo se infiltró en la exégesis bíblica y el historicismo protestante del siglo XX empezó frustradas tentativas de descalificarlo. Los textos más antiguos que reproducen el pasaje no presentan ningún vestigio de adulteración: ni el Diatessaron de Taciano, ni los escritos de los Padres de la Iglesia, ni tampoco los 4.000 códices de los ocho primeros siglos que hoy se conocen. Por el contrario, hay más de 160 pasajes del Nuevo Testamento en que Pedro es mencionado ocupando, en muchos de ellos, una posición de supremacía sobre los demás Apóstoles.
2 cf. CABALLERO BASA, Eduardo, Primato e infallibilità di Pietro, Rivista Araldi del Vangelo, n. 94, Roma, Italia, febrero de 2011, pp. 19-25
3 cf. RATZINGER, Joseph, La Iglesia. Una comunidad siempre en camino, Ediciones San Pablo, Madrid, España, 2005, P. 43.
4 cf. GRAPPE, Christian, D’un Temple à autre, Pierre et l‘Eglise primitive de Jerusalem, Presses Universitaires de France, París, Francia, 1992, pp. 88 a 115
5 Utilizamos la denominación Pseudo-reforma del historiador alemán J. B. WEISS, que en su Historia Universal prefiere esta terminología por ser más coherente con la realidad. Lo que Lutero, Calvino y otros protestantes propusieran no fue una reforma de la Iglesia Católica, en procura de su perfeccionamiento, sino fue la negación de los dogmas y de la estructura básica de la Iglesia fundada por Cristo. También RATZINGER, Joseph y RAHNER, Karl, en Revelación y Tradición, pg. 53, presentan la llamada “reforma” protestante como “ruptura dentro de la Cristiandad” y no como continuidad o verdadera reforma.
6 cf. PIÉ-NINOT, Salvador, Eclesiología, la sacramentalidad de la comunidad cristiana, Ediciones Sígueme S.A.U., Salamenca, España, 2006, p. 438-445.
7 cf. DE LA FUENTE, Eloy Bueno, Eclesiología, Biblioteca de Autores Cristianos, segunda edición, Madrid, 2002, p. 215.
8 cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia, de 21 de noviembre de 1964, n. 13.
9 cf. ROPS, Daniel, A Igreja da Renascença e da Reforma (I), Editora Quadrante, São Paulo, Brasil, 1996, p. 338.
10 No utilizamos el termo «eterna», que sería más común, en faz de la diferenciación hecha por Boécio entre Aeternitas y Perpetuitas, donde queda claro, en la visión de aquél autor, que nos parece acertada, que la Eternidad, que es Tota, simul et perfecta posessio interminabilis vitae.
11 La Sagrada Tradición es la Palabra de Dios transmitida en la vida de la Iglesia. Podríamos decir que es el conjunto de verdades doctrinales y espirituales que vienen de Cristo y de los Apóstoles, están reflejadas en la Escritura, son confesadas, celebradas y vividas en el seno de la Iglesia. Cf. MORALES, José, Introducción a la teología, Pamplona, España, 1998, p. 150.
12 cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Dei Verbum, sobre la Revelación divina, 18 de noviembre de 1965, n. 10.

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