La Nueva Eva


Por Alexandre de Hollanda Cavalcanti


                 Eva, la primera mujer, la primera madre, da a la luz para la muerte, pues sus hijos son todos condenados a morir, como consecuencia de su pecado. María al alumbrar al Salvador, que resucita y trae la vida, se convierte en la pura consumación de lo que simboliza la palabra Eva: la promesa de la mujer y su fertilidad. Se convierte en Madre del que es la Vida y de la vida misma.
1 Ella es, así, la mujer de las doce estrellas, la nueva Eva, elegida por la misericordia de Dios que pone ahora en acción el plan profetizado a nuestros primeros padres, después de anunciar la enemistad entre la mujer y la serpiente:
«Ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar». (Gen 3, 15). María es así elegida desde toda la Eternidad y profetizada desde los albores de la creación como el camino a través del cual vendrá nuestra salvación.
Estas palabras del Génesis - afirma el Papa Juan Pablo II - se han considerado como el «protoevangelio», o sea como «el primer anuncio del Mesías Redentor». Efectivamente, ellas dejan entrever el designio salvífico de Dios hacia el género humano, que después del pecado original se encontró en el estado de decadencia que conocemos (status naturae lapsae). Ellas expresan sobre todo lo que en el plan salvífico de Dios constituye el acontecimiento central. Ese mismo acontecimiento al que se refiere la IV plegaria eucarística (Canon IV), cuando se dirige a Dios con esta profesión de fe: «Y tanto amaste al mundo, Padre Santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como Salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María la Virgen, y así compartió nuestra condición humana en todo, menos en el pecado».
Hay un detalle especialmente significativo, si se tiene en cuenta que en la historia de la Alianza, Dios se dirige antes que nada a los hombres (Noé, Abraham, Moisés). En este caso la precedencia parece ser de la Mujer, naturalmente por consideración a su Descendiente, Cristo. En efecto, muchísimos Padres y Doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el «protoevangelio» a la Madre de Cristo, María. Ella es también la que por primera vez participa en esa victoria sobre el pecado lograda por Cristo: está, pues, libre del pecado original y de cualquier otro pecado, como en la línea de la Tradición subrayó ya el Concilio de Trento (cf. DS 1516; 1573) y, en lo que concierne especialmente al pecado original, Pío IX definió solemnemente, proclamando el Dogma de la Inmaculada Concepción (cf. DS 2803).2

1 cf RATZINGER, Joseph, y SEEWALD, Peter, Dios y el Mundo: una conversación con Peter Seewald: las opiniones de Benedicto XVI sobre los grandes temas de hoy, Ediciones Galaxia Guttemberg, España, 2005, p. 276
2 cf. JUAN PABLO II, Audiencia General, 17 de diciembre de 1986

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