EL poder de una sotana


Estaba Alec Guinness en Francia rodando una de las historias de El Padre Brown, el simpático sacerdote investigador creado por Chesterton, en la cual él era el intérprete. Un día, al finalizar el trabajo, decidió volver caminando a su residencia, sin quitarse la sotana que vestía. 
Y he aquí que por el camino se le acercó un niño de unos siete u ocho años que le tomó de la mano apretándola con fuerza, y se puso a hablar sin parar. El niño parecía que fuera con su padre, saltando y brincando confiado. Él no se atrevió a hablarle ya que al no saber francés pensó que lo asustaría. Llegado un punto del camino, el niño se despidió y desapareció, pues había llegado a su casa.
Guinness continuó caminando, reflexionando acerca de que una Iglesia que es capaz de inspirar una confianza tal en un niño, haciendo que sus curas, aunque fueran desconocidos, sean abordables, no podía ser tan intrigante y tenebrosa como le habían contado. Alec Guinnes se convirtió años después al catolicismo, y al poco lo hizo su mujer.
Todo esto viene a cuento de que son una lástima las corrientes que abogan por quitarse la sotana para “estar más cercar del pueblo”. Puede que esto funcione en algún caso pero en el mío desde luego no. Y creo que en el niño de la anécdota tampoco lo hubiera hecho.
Cuando veo un sacerdote vestido con sotana o de clergyman, inmediatamente pienso en alguien que está ahí para, por así decirlo, conectarme con Dios; veo a una persona que ha renunciado a todo para dedicarse a acercarme a Él, trasmitirme a Él, y trasladarme Su bendición. Y también, en ese momento, pienso que si esa persona está dedicando su vida a esto, ¿cómo no voy yo a esforzarme en la mía? Y todo esto lo pienso nada más ver esa prenda tan sencilla y tan distintiva como es la sotana. Pero si, por el contrario, se viste como uno cualquiera…
El canon 284 del Código de derecho canónico habla del modo de vestir de los clérigos. Este es su tenor literal:
Canon 284: Los clérigos han de vestir un traje eclesiástico digno, según las normas dadas por la Conferencia Episcopal y las costumbres legítimas del lugar.
Para abundar más, la Congregación para el Clero aprobó el Jueves Santo de 1994 el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros. En él se incluye un artículo sobre el traje de los sacerdotes: Artículo 66. En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero -hombre de Dios, dispensador de Sus misterios sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público. 
El presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel -más aún, por todo hombre- su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia. Por esta razón, el clérigo debe llevar «un traje eclesiástico decoroso, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal y según las legítimas costumbres locales». 
El traje, cuando es distinto del talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio. La forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones de derecho universal. 

Por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente. 
Exceptuando las situaciones del todo excepcionales, el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia.
«Todo forma parte de aquella miope “estrategia de normalización” que busca, en última instancia, expulsar a Dios del mundo borrando de él aquellos signos que, objetivamente, remiten a Él de modo más eficaz; en primer lugar la vida de aquellos que, en la fidelidad y la alegría, eligen vivir en la virginidad del corazón y en el celibato por el Reino de los Cielos, testimoniando de ese modo que Dios existe, está presente, y que por Él es posible vivir».


Cardenal Mauro Piacenza. Prefecto de la Sagrada Congregación para el Clero.

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