El Extraño


 Enviado por Mónica Bosa
         Unos cuantos años después que yo naciera, mi padre conoció a un extraño, recién llegado a nuestra pequeña población. Desde el principio, mi padre quedó fascinado con este encantador personaje, y enseguida lo invitó a que viviera con nuestra familia.

         El extraño aceptó y desde entonces ha estado con nosotros.  Mientras yo crecía, nunca pregunté su lugar en mi familia; en mi mente joven ya tenía un lugar muy especial.  Mis padres eran instructores complementarios:  Mi mamá me enseñó lo que era bueno y lo que era malo y mi papá me enseñó a obedecer.  Pero el extraño era nuestro narrador.  Nos mantenía hechizados por horas con aventuras, misterios y comedias.  El siempre tenía respuestas para cualquier cosa que quisiéramos saber de política, historia o ciencia. ¡Conocía todo lo del pasado, del presente y hasta podía predecir el futuro! Llevó a mi familia al primer partido de fútbol.  Me hacia reír, y me hacía llorar.  El extraño nunca paraba de hablar, pero a mi padre no le importaba.


         A veces, mi mamá se levantaba temprano y callada --mientras que el resto de nosotros estábamos pendientes para escuchar lo que tenía que decir--, se iba a la cocina para tener paz y tranquilidad.  (Ahora me pregunto si ella habrá rogado alguna vez, para que el extraño se fuera.)


         Mi padre dirigió nuestro hogar con ciertas convicciones morales, pero el extraño nunca se sentía obligado para honrarlas. Las blasfemias, las malas palabras, por ejemplo, no se permitían en nuestra  casa… Ni por parte de nosotros, ni de nuestros amigos o de cualquiera que nos visitase. Sin embargo, nuestro visitante de largo plazo, lograba sin problemas usar su lenguaje inapropiado que a veces quemaba mis oídos y que hacía que papá se retorciera y mi madre se ruborizara. 

         Mi papá nunca nos dio permiso para tomar alcohol. Pero el extraño nos animó a intentarlo y a hacerlo regularmente. Hizo que los cigarrillos parecieran frescos e inofensivos, y que los cigarros y las pipas se vieran distinguidas.  Hablaba libremente sobre indecencias y, dentro mismo de nuestra casa, a veces delante de nuestros hermanos y hermanas chiquitos, sobre sexo. Sus comentarios eran a veces evidentes, otras sugestivos, y siempre vergonzosos. 

         Ahora sé que mis conceptos sobre relaciones fueron influenciados fuertemente durante mi adolescencia por el extraño.  Repetidas veces lo criticaron, mas nunca hizo caso a los valores de mis padres, aun así, permaneció en nuestro hogar. 

         Han pasado más de cincuenta años desde que el extraño se mudó con nuestra familia. Desde entonces ha cambiado mucho; ya no es tan fascinante como era al principio. 

       
         No obstante, si hoy usted pudiera entrar en la guarida de mis padres, todavía lo encontraría sentado en su esquina, esperando por si alguien quiere escuchar sus charlas o dedicar su tiempo libre a hacerle compañía.


¿Su nombre?
Nosotros lo llamamos 
Televisor...
Nota:
Se requiere que este artículo sea leído en cada hogar.
¡Ahora tiene una esposa que se llama Computadora, con una hija que lleva gente para peores caminos llamada Internet
y un hijo que se llama Celular!

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