Maternidad divina y nueva Alianza

Por Alexandre de Hollanda Cavalcanti

El Papa Benedicto XVI explica que la expresión Madre de Dios suscitó intensas discusiones durante mucho tiempo. En estas discusiones, lo que en el fondo se debatía era cuan profunda es la unión entre Dios y el hombre llamado Jesucristo, si es tan grande que permita decir: «Sí, el que ha nacido es Dios y, en consecuencia, Ella es la Madre de Dios». Lógicamente, explica el Papa, no lo es en el sentido de que Ella haya producido a Dios. Pero sí en el sentido de que fue madre de aquella persona que tiene completa unión con Dios (unión hipostática). De este modo Ella ha entrado en una unión única con Dios.1
Realización de las Alianzas anteriores
La venida del Hijo de Dios entre los hombres es la realización y cumplimento de todas las alianzas anteriores. Cristo le dará después el cumplimento total al instituir la Eucaristía, en la que nos da «la sangre de la Nueva Alianza», signo perpetuo del sacrificio que realizará poco después. Pero, la clave de este misterio salvador, la alianza nueva entre Dios y los hombres pasa por María, nace en María, brota, como flor bendita de su corazón sapiencial e inmaculado al responder a Dios, representado por su embajador angélico: «Ecce Ancilla Domini. Fiat mihi secundum Verbum tuum».
Esta sangre de Cristo derramada por nosotros y todos los días renovada en el Sacrificio Eucarístico, consumó nuestra Redención iniciada con el fiat de María y la Encarnación del Verbo en su seno virginal. Así como María ha intervenido en la Encarnación y en la Redención de Cristo, con su aceptación libre y amorosa, de algún modo también interviene la Santísima Virgen en el Santo Sacrificio de la Misa por la íntima unión que tiene con la Trinidad Beatísima y porque es Madre de Cristo, de su Carne y de su Sangre. Jesucristo concebido en las entrañas de María Santísima, sin obra de varón, lleva en sí la sangre formado en el seno sagrado de su Madre. Esa Sangre de Jesús, engendrado en María es la que se ofrece en sacrificio redentor, en el Calvario y en la Santa Misa.
La alegría del Magnificat
Consumado el Mistério de la Encarnación, con la aceptación libre y amorosa de María, se dio inicio al proceso de gestación del Hijo de Dios, ahora encarnado. Días después rompe en la alegría del Magnificat - este canto mariano, que nos ha transmitido el Espíritu Santo por la delicada fidelidad de San Lucas -, fruto del trato santo y habitual de la Virgen Santísima con Dios.
Nuestra Madre había meditado largamente las palabras de las Sagradas Escrituras, de los hombres y mujeres santas que esperaban al Salvador. Ha admirado el cúmulo de prodigios, el derroche de la misericordia de Dios con su pueblo, tantas veces ingrato. Al considerar la ternura de Dios, brota el afecto de su Corazón inmaculado: «mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios salvador mío; porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava» (Lc 1, 46-48). Los primeros cristianos han aprendido de Ella y nos transmitieron con la fidelidad del amor a la Palabra de Dios.2

1 cf RATZINGER, Joseph, y SEEWALD, PeterDios y el Mundo: una conversación con Peter Seewald: las opiniones de Benedicto XVI sobre los grandes temas de hoy, Ediciones Galaxia Guttemberg, España, 2005, pp. 277-276.
cf. ESCRIVÁ DE BALAGUER, San Josemaría, Homilía pronunciada el 04.04.1955, en, Amigos de Dios, Homilías, Ediciones Rialp S.A.,Vigésimoquinta Edición, España, 1977, p. 35

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