Carta de Papá Noel a todos los papás del Mundo

Por Lamartine 
de Hollanda Cavalcanti Neto
Polo Norte, 1º de diciembre de 2011,
Muy estimados papás,
Estoy escribiendo esta carta 
esta carta para pedirles un regalo de Navidad. Sé que, partiendo de mim este pedido puede parecer extraño, pero voy buscar explicar lo que está sucediendo y teniendo certeza de poder contar con su comprensión. Trátase de lo siguiente: con esa invasión de los medios de comunicación en la vida de los niños – una verdadera globalización de la información – ellos está cada vez creyendo menos en mi existencia. A pesar que soy rubicundo por naturaleza, pues he pasado cada vergüenza cuando los niños se sientan en mis rodillas y dicen que no paso de una invención comercial. Confieso que no consigo no ruborizarme... Con eso, siento que mi relación con ellos ya no lo que era antes; y que una porción de cosas que me gustaría decirles, ya no tendrán la misma repercusión que tendría antes. Pero, el problema no es sólo ese.




Ocurre algo más profundo, más serio. He percibido – ¿cómo decirlo? – tengo la impresión de que los niños están perdiendo poco a poco aquella inocencia que tenían antiguamente. Aquel brillo en los ojos, aquel maravillamiento, aquella lozanía encantadora, todo eso se está perdiendo y cediendo lugar a ojitos medio escépticos, con arrugas precoces en las frentes, a desconfianzas decepcionadas. 



Me quedo a veces con la impresión de que muchos de ellos tienen una especie de desilusión generalizada. Una desilusión tan profunda que a veces lleva, y muchas veces, a ni siquiera animarse a tratar del problema con alguien. Tal vez por eso yo he encontrado casos antes inimaginables para mi: niños con insomnio, nerviosos, agresivos, varias veces utilizando drogas... otros deprimidos y algunos hasta hablando en suicidio.
Inclusive entre aquellos que aún creen en mi, encuentro motivo de preocupación. Vean sólo este trecho de una carta que he recibido el otro día: “Sepa, Papá Noel, que vivo muy triste. Sólo veo mi mamá a la noche, cuando ella vuelve de la facultad, después de haber trabajado el día entero. Mi papá ha viajado mucho y sólo viene a casa de vez en cuando. Y, cuando llega, se queda viendo la televisión.


¿Será que Ud. No conseguiría, en este año, que ellos me diesen de regalo de Navidad, por lo menos un poco de su tiempo para estar conmigo?” Otro, que debe ser medio niño-prodigio, me ha pasado este e-mail (hasta yo tuve que entrar en la internet, para no quedar desfasado): “Mire Papá Noel, yo no tengo nada para pedirle en este año. Ya he ganado bicicleta, mini-carro, todos los tipos de juegos, notebook de última generación conectado a satélite...
He quebrado la cabeza buscando imaginar que pedirle, pero no he conseguido. Y, sin embargo, no estoy contento. Siento una especie de falta de aire. No consigo definir lo que me pueda satisfacer, aunque sea por un momento. ¿Será que existe alguna cosa así, Papá Noel?” Hay también un fax que una niña me ha enviado: “Escuché que la Navidad no tiene nada a ver con esa historia de comidas, de paseos al shopping. 
Que en la realidad, la Navidad es una fiesta celebrando el nacimiento de una Persona que vino a salvar a los hombres de todo mal. Que antiguamente las familias se alegraban con eso, y por esa razón conmemoraban. ¿Es verdad eso, Papá Noel? Si es verdad, entonces ¿por que todavía nadie me habló de eso en mi casa?” Confieso que esa situación me ha dejado muy perturbada.
Desde ha mucho tiempo que yo sentía un cierto peso de consciencia por haber tomado el lugar de San Nicolás en las fiestas navideñas. Aunque el cuento de que que San Nicolás venia a traer regalos todas las noches de Navidad no sea sino una leyenda – pues él hacía eso sólo mientras estaba vivo, y para ayudar a los necesitados – era por lo menos una leyenda bonita, elevada, noble. En fin él era un obispo, un santo, y yo no paso de una buena “herramienta de marketing”. Mas lo que me ha dejado realmente perplejo fue constatar que, a lo largo de los años, mi figura ha sido utilizada de modo cada vez más desvinculado del verdadero espíritu de la Navidad.
No juzgo las intenciones, sólo registro el hecho. Ahora bien, todos sabemos que el espíritu de Navidad no existe por si mismo. Él hace parte del mundo de concepciones, de ideas, de ambientes y costumbres. Es un fruto y, al mismo tiempo, está en el origen de toda una civilización: la cristiana. En esa civilización los niños aprendían naturalmente a volverse para lo maravilloso, para lo bello, para las realidades simbólicas y elevadas que reflecten, en última análisis, a Dios. En Dios y en sus reflejos ellos encontraban aquél absoluto que mi pequeño “internauta” desea y no sabe encontrar, aquella confianza que vence toda desilusión, aquella certeza de ser amado por sus papás, símbolos de un Padre infinitamente mayor. Por todo eso, estimados amigos, es que esta vez soy yo que vengo a hacerles un pedido: ayudenme a restaurar el verdadero espíritu de la Navidad. ¿Cómo hacerlo? Es muy fácil. Basta explicar para sus hijos lo que realmente significa la Navidad: el nacimiento del Redentor de la humanidad. Háblenles de Jesús, de María, de José. De los ángeles, de los Reyes magos y de los pastores. Del nacimiento, del pesebre.
Dediquen su tiempo y corazón a eso. Cuéntenles su vida, los milagros que hizo, las enseñanzas que nos ha dejado. Háblenles de la Iglesia que Él fundó, y de la civilización que, por medio de ella, nos ha legado. Ayuden sus hijos a comprender que ese tesoro que ellos tienen en el alma, llamado inocencia, viene de la Inocencia absoluta que ha nacido para nosotros en aquella noche bendita. Y que, mucho más de que un pretexto para comprar juguetes, la Navidad es la gran ocasión que nosotros tenemos para permitir que Jesús nazca en el interior de nuestras almas. Nazca, viva e actúe, de modo a nos unir cada vez más a Él.
Hasta puede ser que, con eso, algunos niños terminen por percibir que el Papá Noel, de hecho, no tiene mucho a ver con la realidad, y dejen de creer en mi de una vez por todas. Pero, si eso acontecer, yo me sentiré feliz, pues habré conseguido traer a los hombres el regalo de que ellos más necesitan: a resurrección del verdadero espíritu de Navidad. Muchas gracias por su atención y una... “¡Feliz Navidad!”.
Traducción Alexandre de Hollanda Cavalcanti

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