Los santos hablan de Nuestra Señora





María fue purificada para dar ejemplo de obediencia y de humildad.
Santo Tomás, Suma Teologica, 1-2, q. 1, a. 2.

Y esta práctica (del pudor y de la modestia) será una lección viva y atrayente enseñanza, que arrastre las almas hacia la santidad. Pero habéis de hacerlo con la humildad de María, que oye a todos como discípula y aprendiz de virtudes, aunque era doctora consumada en la difícil ciencia de ellas.
San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes, 2.

En el recogimiento llevaba la mejor defensa, decoro y modestia, la cual resplandecía en sus movimientos y palabras con tal arte, que se granjeaba el respeto y veneración de cuantos La veían, alejada de las vanidades y entregada por entero a la virtud. De donde aprenderán las vírgenes a ser vigilantes de si mismas y guardadoras de su recato, si desean que las gentes las respeten.
San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes, 2.

Haberse turbado fue pudor virginal; no haberse perturbado, fortaleza; haber callado y pensado, prudencia.
San Bernardo, Hom. sobre la Virgen Madre, 3.

Sí quieres que Dios te conceda más fácilmente la humildad, toma por abogada y protectora a la Santisíma Virgen. San Bernardo dice que María se ha humillado como ninguna otra criatura, y siendo la más grande de todas, se ha hecho la más pequeña en el abismo profundísímo de su humildad.
J. Pecci -León XIII-, Práctica de la humildad, 56.

He aquí, dice, la esclava del Señor. ¿Qué humildad es ésta tan alta que no se deja vencer de las honras ni se engrandece en la gloria? Es escogida por Madre de Dios y se da el nombre de esclava (...]. No es cosa grande ser humilde en el abatimiento, pero es muy grande y muy rara ser humilde en el honor.
San Bernardo, Hom. sobre la Virgen Madre, 4.

Sírvanos la vida de María de modelo de virginidad, cual imagen que se hubiera trasladado a un lienzo; en ella, como en espejo, brilla la hermosura de la castidad y la belleza de toda virtud. Virgen no sólo en la carne, sino también en su alma, sin que la menor doblez de malicia corrompiese la pureza de sus afectos; humilde en su corazón, prudente en las palabras, madura en el consejo, parca en su conversación, [...] solícita en sus labores. A nadie hizo mal, quiso bien a todos, respetó a los mayores, fue amable para con los iguales. [...] He aquí la imagen de la verdadera virginidad. Esta fue María, cuya vida pasó a ser norma para todas las vírgenes.
San Ambrosio, Trat. sobre las virgenes, 2.

Al querer hablar de las virtudes de esta augusta Reina, si bien es cierto que los Evangelios nos suministran muy pocos datos, sin embargo, cuando nos dicen que estuvo llena de gracia, nos dicen, de callada, que estuvo adornada de todas las virtudes, y que las tuvo todas en grado heroico. «De tal suerte que, mientras los demás Santos -como dice Santo Tomás- sobresalieron cada cual en una virtud particular, la bienaventurada Virgen María se aventajó en todas las virtudes, y en todas y en cada una de ellas puede ser nuestro ejemplar y modelo.
San Alfonso Maria de Ligorio, Las virtudes de María Santísima, l.c., p. 545.

María proclama que la llamarán bienaventurada todas las generaciones (Lc 1, 48). Humanamente hablando, ¿en qué motivos se apoyaba esa esperanza? ¿Quién era Ella, para los hombres y mujeres de entonces? Las grandes heroínas del Viejo Testamento -Judit, Ester, Débora- consiguieron ya en la tierra una gloria humana, fueron aclamadas por el pueblo, ensalzadas. El trono de María, como el de su Hijo, es la cruz. Y durante el resto de su existencia, hasta que subió en cuerpo y alma a los cielos, es su callada presencia la que nos impresiona. San Lucas, que la conocía bien, anota que está junto a los primeros discípulos, en oración. Así termina sus días terrenos, la que habría de ser alabada por las criaturas hasta la eternidad.
San J. Escriva de Balaguer, Amigos de Dios, 286.

Aun con haber merecido alumbrar al Hijo del Altísimo, era Ella humildísima, y al nombrarSe no Se antepone a su esposo, diciendo: «Yo y tu padre», sino: Tu padre y Yo. No tuvo en cuenta la dignidad de su seno, sino la jerarquía conyugal. La humildad de Cristo, en efecto, no había de ser para su Madre una escuela de soberbia.
San Agustin, Sermón 51.

Ved la humildad de la Virgen, ved su devoción: Y dijo María: He aquí la esclava del Señor. Se llama esclava la que es elegida como Madre, y no Se llena de orgullo por una promesa tan sorprendente: porque la que había de dar a luz al manso y humilde, debió manifestar ante todo su humildad; llamándose a Sí misma esclava, no Se apropió la prerrogativa de una gracia tan especial, porque hacía lo que Le mandaban.
San Ambrosio, en Catena Aurea, vol. V, p. 50.

Como flores en alegre jardín brillan en el alma de María las virtudes: en su pudor muéstrase el recato; en su fe, la firmeza y el valor; en su devoción, el amor obsequioso. Como virgen, ama el retiro de su casa y no sale de ella sin compañía; como madre, acude al templo a ofrecer a su Hijo a Dios.
San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes, 2.

Es virgen en el cuerpo y virgen en el alma, limpia de desordenados afectos. Humilde de corazón, prudente en el juicio, grave y mesurada en el hablar, recatada en el trato, amiga del trabajo [...]. A nadie ofende, a todos sirve; es respetuosa con los mayores y afable con los iguales. Enemiga de honras mundanas, regula sus acciones con el dictado de la razón, moviéndose sólo por el amor a la virtud.
Jamás dio enojo a sus padres ni con un leve gesto. Jamás afligió al humilde, ni menospreció al débil, ni volvió la espalda al necesitado, ni tuvo trato con hombres, fuera del que pedía la misericordia y toleraba el pudor. Sus ojos no conocieron el fuego de la lujuría, ni en sus palabras sonaron acentos de procacidad, ni en su continente faltó nunca la decencia. Ni movimiento indecoroso, ni andar descompuesto, ni voz presumida vióse jamás en Ella, reflejando en cambio en su compostura la interior pureza del alma.
San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes, 2.

María, obedeciendo, Se hizo la causa de su propia salvación y de la de todo el género humano.
San Ireneo, Trat. contra las herejías, 3.

Porque Dios engendró a Aquel por Quien todo fue hecho, y María dio a luz a Aquel por Quien todo fue salvado. Dios engendró a Aquel sin el Cual nada en absoluto existiría, y María dio a luz a Aquel sin el Cual nada seria bueno.
San Anselmo, Sermón 52.

Floreció luego María, nueva viña en sustitución de la antigua, y en Ella habitó Cristo, la nueva vida; para que, al acercarse confiadamente la muerte en su continua costumbre de devorar, encontrara escondida allí, en un fruto mortal, a la vida destructora de la muerte
San Efren, Sermón sobre Nuestro Señor, 3-4.

Nuestra Señora nos enseña a tratar a Jesús, a reconocerLe y a encontrarLe en las diversas circunstancias del día, y de modo especial, en ese instante supremo -el tiempo se une con la eternidad- del Santo Sacrificio de la Misa: Jesús, con gesto de sacerdote eterno, atrae hacia Sí todas las cosas, para colocarlas, divino afflante Spiritu, con el soplo del Espíritu Santo, en la presencia de Dios Padre.
San J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 94.

¿Cómo podríamos tomar parte en el sacrificio, sin recordar e invocar a la Madre del Soberano Sacerdote y de la Víctima? Nuestra Señora ha participado muy íntimamente en el sacerdocio de su Hijo durante su vida terrestre para que no esté ligada para siempre al ejercicio de su sacerdocio. Como estaba presente en el Calvario, está presente en la Misa, que es una prolongación del Calvario. En la Cruz asistía a su Hijo ofreciéndose al Padre; en el altar, asiste a la Iglesia que se ofrece a sí misma con su Cabeza, cuyo sacrificio renueva. Ofrezcamos a Jesús por medio de Nuestra Señora.
P. Bernadot, La Virgen en mi vida, p. 233.

Este, decía el anciano hablando del niño Jesús, está puesto para ser señal de contradicción, y a Ti misma, añadió, dirigiéndose a María, una espada Te atravesará el alma (Lc 2, 34-35) [...]. De hecho, cuando tu Jesús -que es de todos, pero especialmente tuyo- rindió su espíritu, la lanza cruel no alcanzó su alma. Sí le abrió el costado, sin perdonarle, estando ya muerto, sin embargo no le pudo causar dolor. Pero sí atravesó tu alma; en aquel momento la suya no estaba allí, pero la tuya no podía en absoluto separarse de él.
San Bernardo, Sermón para el domingo de la octava de la Asunción, 14.

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