Jesús con las mujeres


 P. Berthe

  El sábado, cuando la tranquilidad quedó restablecida en la ciudad, entraron uno después de otro en el cenáculo, confundidos y consternados. Todo había concluido para ellos. El pasado les parecía un sueño, el reino futuro como una quimera, Jesús como un misterio impenetrable que los agobiaba y confundía. Su corazón no podía desasirse de un Maestro cuya abnegación é inefable ternura conocían; pero no sabían qué pensar de este taumaturgo impotente contra los judíos, hasta dejarse atar, condenar, crucificar por ellos como un criminal.     
          Desanimados y casi perdida la esperanza, gemían y lloraban mientras que Juan les contaba las tristes escenas del pretorio y del Calvario.
Así transcurrió el sábado, sin que ninguna esperanza viniera á reanimar sus almas abatidas. Comenzaba el día tercer después de la muerte de Jesús y nadie pensaba en la resurrección. El Salvador reposaba en su tumba y en lugar de esperar verle salir de ella, las mujeres se preocupaban de embalsamarle mejor que la víspera. Terminado el sábado, fueron á comprar perfumes para sepultarle con mayor decencia é impedir así una corrupción demasiado rápida. En cuanto á los apóstoles, eran igualmente incrédulos á su resurrección como lo habían sido á su muerte y todos se encontraban en un estado de marasmo y de olvido, sin esperanza y sin fe, cuando ya el ángel de la resurrección había puesto en fuga á los guardias espantados. Los acontecimientos probaron hasta qué punto el escándalo de la cruz les había hecho incrédulos y desconfiados.
Desde la aurora del domingo, tres mujeres, María Magdalena, María de Cleofás y Salomé, salieron de Jerusalén y se encaminaron hacia el Calvario cargadas de sus perfumes y muy preocupadas de, saber cómo apartarían la enorme piedra que cerraba la entrada de la gruta. En su ardor impaciente, Magdalena tomó la delantera; pero cuál no fué su sorpresa al llegar al sepulcro, viendo la piedra removida y la entrada á la tumba enteramente libre. No se imaginó que Jesús pudiera haber resucitado, sino que habían sustraído el cadáver y dejando á sus compañeras, corrió al cenáculo para dar parte á los apóstoles de lo ocurrido. «Han robado el cadáver del Maestro, exclamó y no sabemos á dónde lo han llevado. »
Mientras tanto, sus dos compañeras llegadas al sepulcro, penetraron en la bóveda donde había reposado el cuerpo de Jesús. A la derecha, cerca del sarcófago, vieron un ángel cuyo aspecto majestuoso y deslumbrante vestidura, las sobrecogió de terror. El ángel les dijo: «No, temáis, sé que buscáis á Jesús el Crucificado. No está aquí; ha resucitado, como lo había predicho, acercaos y ved el lugar donde le habían puesto. Id, pues, á decir á sus discípulos que él os precederá en Galilea, en donde lo veréis como os lo ha prometido.» Las dos mujerestemblando de miedo, salieron del sepulcro y huyeron sin decir á nadie una palabra de esta aparición.
Impresionados Pedro y Juan con el relato de Magdalena, acudieron con ella al sepulcro de Jesús. Juan, más joven y más ágil, llegó el primero; se asomó al interior del monumento, vió los lienzos por tierra, pero no entró. Momentos después, llegó Pedro y penetró hasta la tumba para darse cuenta de lo sucedido. Notó que las fajas estaban dispersas y que el sudario que cubría la cabeza estaba doblado y puesto aparte. Juan entró su vez al sepulcro, hizo las mismas observaciones y ambos creyeron, como Magdalena, que el cuerpo había sido sustraído. Ni uno ni otro se imaginó que Jesús hubiera resucitado, porque un denso velo, dice el mismo Juan, obscurecía de tal manera su espíritu, que las profecías de la Escritura sobre la muerte resurrección del Mesías, eran para ellos como si no fuesen. Regresaron al cenáculo, confundidos, sin poder explicarse esta misteriosa desaparición.
María Magdalena no pudo resignarse á seguirlos. Sentada cerca del sepulcro, púsose á llorar, preguntándose con ansiedad dónde habían podido ocultar el cuerpo de su Maestro. Con sus ojos inundados en lágrimas, registraba de nuevo el interior del sarcófago, cuando dos ángeles se presentaron á su vista, uno á la cabeza y otro á los pies de la tumba. «Mujer, le dijeron, ¿por qué lloras?—Porque se han lleva do de aquí á mi Señor, respondió y no sé dónde le han puesto. » Al pronunciar estas palabras, oyó un ruido de pasos tras de ella, volvióse prontamente y se encontró en presencia de un desconocido que le preguntó también: «Mujer ¿por qué lloras y á quién buscas?» Era el divino Resucitado pero ella no le reconoció. Lo tomó por el hortelano de lugar y, siempre abstraída en su primer pensamiento, respondió: « Señor, si tú lo has tomado, dime dónde lo pusiste y yo me lo llevaré. »
¿Cómo no abrir los ojos á esta penitente Magdalena, á quien Jesús había visto llorar al pie de la cruz y á quien volvía á encontrar inconsolable cerca de su tumba? Con ese acento divino que penetra hasta lo más íntimo del alma pronunció él esta simple palabra: «¡María!» Al sonido de esta voz que tantas veces la había conmovido, le reconoció: «¡Mi buen Maestro!» exclamó, transportada de gozo, y en el acto se precipita á sus pies para abrazarlos, como si temiera volver á perder á Aquel que encontraba en ese instante. « No me toques, dícele Jesús, pues en breve os dejaré para volver á mi Padre. Véte á encontrar á tus hermanos y diles que yo no tardaré en subir á mi Padre y á vuestro Padre, á mi Dios y á vuestro Dios. »
Así fué cómo Jesús apareció primero á Magdalena, para recompensar con este favor incomparable el incomparable amor de la santa penitente. Apareció en seguida al grupo de santas mujeres que no le habían abandonado en sus dolores. Poco después de la partida de Magdalena, Juana, esposa de Cusa y otras mujeres galileas se dirigieron también al sepulcro, creyendo encontrar en él el cuerpo de su Maestro y tributarle los últimos honores. No hallándole, estaban cerca de la tumba entregadas á profunda tristeza, cuando dos ángeles en traje resplandeciente se presentaron á sus miradas. Temerosas, bajaron ellas sus ojos, pero uno de los mensajeros celestes las tranquilizó, diciéndoles: «No busquéis á un vivo entre los muertos. Jesús no está aquí ; ha resucitado según su promesa. Acordaos de lo que os decía en Galilea. Es necesario que el hijo del hombre sea entregado á los pecadores; será crucificado, pero resucitará al tercer día. »
En efecto, con la palabra del ángel, las santas mujeres recordaron perfectamente que Jesús les había predicho su muerte y su resurrección. El ángel añadió: « Volved presto á Jerusalén y decid á los discípulos y á Pedro, que Jesús ha resucitado y que él os precederá en Galilea. » Marchaban á toda prisa á anunciar esta gran noticia, cuando de repente un hombre las detuvo: « Mujeres, les dice, yo os saludo. » Era el mismo Jesús, y al reconocerle, se arrojaron á sus pies abrazándolos con el amor que profesaban á su Señor y á su Dios. El buen Maestro las consoló y díjoles antes de dejarlas: « Ahora no temáis: id á decir á mis hermanos que vengan á Galilea en donde me verán. »

Tales son los hechos por los cuales Jesús, desde la aurora del domingo, se manifestó á las santas mujeres elegidas por él para ser sus mensajeras para con los apóstoles y los testigos de su resurrección. Mas, á fin de que nadie pudiera tachar de credulidad á aquellos que pronto habían de predicar por todo el mundo á Jesús resucitado, Dios permitió que los apóstoles, obstinados en su ceguedad, desechasen tenazmente el testimonio de estas santas mujeres. Magdalena, la primera que volvió del sepulcro, con el corazón desbordando de gozo, exclamó al entrar en el cenáculo: « He visto al Señor », le he visto con mis ojos y, « hé aquí lo que me ha encargado deciros. » Pero por más que lo aseguraba y refería los detalles más circunstanciados de la aparición con que Jesús la había favorecido, los apóstoles y discípulos se resistieron á darle crédito. En vano sus compañeras que acababan de recibir el mismo favor vinieron á afirmar que también habían visto, oído y adorado al Salvador resucitado. Tratáronlas de alucinadas y visionarias. Sólo Dios podía sacar á los apóstoles del abismo de desaliento y desconfianza en que la Pasión y la muerte de su Maestro los había sumergido.

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