María en el Antiguo Testamento

Por Alexandre de Hollanda Cavalcanti


El Antiguo Testamento narra la historia del pueblo de Israel en la cual se advierte - mediante una revelación progresiva- la acción de Dios en la vida de la humanidad. Dios prepara de forma cada vez más precisa la venida de Cristo, en quien se realiza la plenitud de los tiempos (Gal 4, 4) y quien redime de una vez para siempre a todos los hombres.

Los escritos veterotestamentarios pueden ser considerados como una gradual preparación a la venida de Cristo. Todos ellos se orientan y dirigen al Mesías, de tal manera que Él está presente en cada una de las páginas de la Biblia (Ubique de Ipso). Ahora nos preguntamos si podemos decir lo mismo de María, o sea si María está preanunciada en el Antiguo Testamento o si su presencia se puede verificar sólo en los Evangelios y demás escritos neotestamentarios.
Los exegetas responden de maneras dispares a este cuestionamiento. Para unos, María está ausente en el Antiguo Testamento o las alusiones a Ella son tan implícitas e indirectas, que es imposible encontrar allí el menor esbozo de doctrina mariana. Otros afirman que la Virgen Santísima se encuentra, al menos de forma indirecta, en toda la Biblia porque donde se habla de Él, por indisoluble unión entre el Hijo y la Madre, también se habla de Ella: Ubique de ipsa; si la Biblia es el libro de Cristo, debe ser a la vez el libro de María.1
Qué dice el Concilio Vaticano II
La Constitución Dogmática Lumen Gentium, afirma:
«(55) La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable Tradición, muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la Salvación en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad, iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor; Ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. Gen 3,15). Así también, Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel (Is 7,14; Miq 5,2-3; Mt 1,22-23). Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de Él esperan con confianza la salvación. En fin, con Ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la primera, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de Ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne».2
Textos de sentido mariológico cierto
Los textos que la mayoría de los autores considera como de sentido mariológico cierto, parten de la base de que Gen 3, 15, Is 7, 14, y Miq 5, 23 contienen una auténtica revelación, aunque solamente bosquejada, sobre la Madre del Mesías. Esta revelación se descubrirá de manera patente aplicando la luz que arrojan sobre ellos el nuevo Testamento y la interpretación usual de la Iglesia, como vimos en el citado texto de la Lumen Gentium.
Génesis 3, 15: La traducción literal del texto hebreo puede ser la siguiente:
a) Enemistad pondré entre ti y la mujer:
En el ítem “a”, se puede considerar este texto como mariológico si previamente hemos comprobado su sentido mesiánico, porque únicamente estando presente Cristo, se puede advertir en esta perícopa la presencia de María. Este carácter mesiánico se puede afirmar si en él se muestra la victoria del bien sobre el mal; victoria conseguida por el linaje de la mujer. Por tanto, es preciso acudir al ítem “c” para verificarlo.
b) ...entre tu linaje y su linaje:
La palabra hebrea que traducimos por linaje - zera’- significa literalmente semilla,3 pero también se aplica a la descendencia o posteridad, tanto en sentido colectivo (una estirpe), como en sentido individual (un descendiente concreto). En el idioma hebreo, el vocablo zera’ admite igualmente un sentido moral: el conjunto de personas que persiguen el mismo objetivo (cf. Is 1, 4).
En esta perícopa está evidente que el linaje de la serpiente está usado en sentido moral y colectivo.4 Así, se ve que el linaje de la mujer debe ser entendido en el mismo sentido colectivo, o sea la posteridad de la mujer.
c) ...él te pisará la cabeza, mientras tú acecharás su calcañar.
La traducción literal de este versículo sería «él te aplastará la cabeza, mientras tú... en hebreo hû (ipsum) y no hî (ipsa) que es la lectura propuesta por la Vulgata. Por tanto, es el linaje de la mujer el que aplastará la cabeza de la serpiente; es decir la lucha final y escatológica, aquélla en que la enemistad llega al radicalismo más profundo, se entablará entre la serpiente tentadora y un descendiente concreto de la mujer. Así, esta perícopa tiene una clara dimensión mesiánica, lo que nos permite descubrir ahí una referencia a la Madre del Mesías.
Algunos autores sostienen que la mujer citada en esta frase bíblica es exclusivamente Eva5, otros afirman que la mujer es Eva en sentido literal y María en sentido espiritual6, mientras un fuerte grupo de exégetas y teólogos ve en la mujer, una forma literal, a María7. Por fin, otros consideran que la mujer es Eva en sentido literal inmediato, y María en sentido literal profundo y pleno8.
Resumiendo, podemos afirmar que María, sin excluir a Eva, es la mujer del «protoevangelio»; ésta es en sentido obvio e inmediato; aquélla en sentido pleno. Pero ambas en sentido literal.
La dualidad mujer-serpiente
Por otro lado, Isaías 7, 14 afirma de manera inequívoca: «Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7, 14). Si la persona que nacerá - el Emmanuel - es el Mesías, ese texto es mesiánico y a la vez mariológico porque se cita explícitamente a su madre - la doncella -.
La situación dual de Eva - María, conlleva a la cuestión de la descendencia de la mujer, citada en el «protoevangelio», que presenta la dualidad mujer-serpiente y, en consecuencia, la descendencia de la mujer y la descendencia de la serpiente. Hay ahí una enemistad puesta por Dios. La descendencia de la mujer alude a los efectos de su acción maternal. No hay descendencia sin que la mujer sea madre y se multiplique su naturaleza en los hijos. La mujer está presente en toda su descendencia. Así, ésta no es una enemistad aislada y sin continuidad, ella perdura en toda la descendencia de la mujer como en la descendencia de la serpiente. La descendencia que protagoniza el combate es - ante todo - la descendencia de la mujer, de toda su progenie; pero personalizada en un descendiente privilegiado: el Mesías. Él será quien reporte la victoria, mas con toda la descendencia y con la madre que personaliza en primera línea el odio de la serpiente.
Se diría que el único que queda al margen de la lucha y del triunfo es Adán. Con él hay que contar sólo para dar a la mujer una descendencia por el ejercicio de la fecundidad maternal, imposible sin su intervención.9
El anuncio de Isaías
Hay quien vea en la doncella anunciada por Isaías (’Almah) la esposa del rey Ajaz, madre de Ezequías, pero es importante recordar que la palabra ’Almah, aunque signifique directa y formalmente una chica o muchacha joven, en las Sagradas Escrituras siempre significa una doncella que se presume virgen y nunca es aplicada a una mujer casada o joven que haya perdido la virginidad. En Alejandría, cuando los autores griegos criaron la versión de los LXX, se utilizó la palabra “parthénos”, virgen en sentido estricto. La versión sirio-peshitta lo transcribió por bethulta, que también significa virgen y la Vulgata por virgo. Sin embargo, las versiones griegas de Aquila y Simmaco lo traducen por joven, con abstracción de la virginidad. No obstante, hay que decir que estas versiones, realizadas después de Cristo, tienen un marcado matiz anticristiano y procuran prescindir de toda connotación positiva.10
Texto de Isaías confirmado por San Mateo

El Evangelio de San Mateo, anunciando el cumplimiento de la profecía de Isaías, afirma: «Ved que la ‘virgen’ concebirá y dará a la luz un hijo y le dará el nombre de Emmanuel».(Mt 1, 23) La virginidad de la Madre del Mesías pone en relieve el carácter extraordinario de su parto. El Hijo de esa Virgen-Madre es un especial don de Dios para los hombres, como la salvación es don de Dios. Así, Isaías garantiza a Ajaz la incolumidad de su trueno. Es la salvación a ser concluida en su plenitud por el Mesías, el Dios con nosotros, que ejerce una acción anticipada en los tiempos de Ajaz.
Así, esta profecía ratificada por la doctrina contenida en Mt 1, 23, se refiere en su sentido literal - para unos inmediato o más profundo, para otros - al Mesías (el Emmanuel) y a su Madre que lo engendrará virginalmente.
El Libro de Miqueas
En Miqueas, 5, 1 y siguientes el anuncio parece todavía más claro. Después de haber anunciado los castigos que recaerían sobre Judá por su infidelidad a Yahveh (cap. 1-3), relata en el capítulo cuarto las promesas futuras que vendrán sobre Sión: será el reino de Yahveh (vv. 1-5). En este contexto se enuncia la profecía mesiánica:
«Mas tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquél que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño. Por eso él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz. Entonces el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel. El se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh, con la majestad del nombre de Yahveh su Dios. Se asentarán bien, porque entonces se hará él grande hasta los confines de la tierra. Él será la Paz». (Miq 5, 1ss)
Es innegable el parentesco de esta profecía con Is 7, 14, con ella se completa el vaticinio de Isaías, afirmándose que la ’almah dará luz al Emmanuel en Belén-Efratá.
Estos son los principales textos en los que el sentido mariológico es considerado como cierto por la mayoría de los autores.
Textos de sentido mariológico discutido
Los otros textos, como Jeremías 31, 22; La esposa del Cantar de los Cantares; el Salmo 45, son considerados de sentido mariológico discutido. Además considérase también los textos mariológicos por acomodación, como en Proverbios 8, Eclesiástico 24, etc. Por fin hay muchas figuras y símbolos marianos en el Antiguo Testamento como lo son: Sara, Rebeca, María, hermana de Moisés; Ana, Madre de Samuel; Ester, esposa de Asuero; Débora y Judith, viuda de Manasés.
La devoción a María ha cantado sus prerrogativas por medio de diversas comparaciones y analogías pertenecientes a la historia bíblica. Estos símbolos, a veces de gran belleza, son una manera de ensalzar las perfecciones de María.11
1 cf. BASTERO DE ELIZALDE, J. L., María, Madre del Redentor, EUNSA, Ediciones Universidad de Navarra S.A., segunda edición corregida, Pamplona, España, 2004, p. 79-80
2 cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium (21.XI.1964), iten 55
3 cf. CEUPPENS, P. F., De Theologia Biblica, Tomo IV, Torino-Roma, 1948, p. 3.
4 cf. POZO, C. op. cit., p. 102.
5 cf. GOOSEN W., De cooperati onde inmediata matris ad Redemptionem objectivan, París, 1999, p. 90-95; LENNERZ, H., De Beata Virgine, Roma, 1957, p. 935, CEUPPENS, P.F., De Historia Primaeva, Roma, 1924.
6 cf. MANGENOT, E., «La Genèse» DThc 6 (1913) p. 1212; LAGRANGE, M.J., «Inocence et Peché», RB 6 (1897) 354; BONNETAIN, J., «Inmaculée Conception» DBS 4 (1949) pp. 245-250.
7 cf. BOVER, J., «Universalis Beatae Virginis mediatio ex Proto-Evangelio (Gen 3, 14-15) demonstrata», GR 5 (1924), p. 573; ROSCHINI, G.M., La Madre de Dios, Madrid, 1962, Tomo I, pp. 222 ss.
8 cf. POZO, C., op. cit. p. 162ss; GALOT, J., «Inmaculée Concepción», en María (MANOIR, H. du), París, 1964, Tomo VII, pp. 28, 32; RÁBANOS, R., “La Maternidad espiritual en Gen. 3, 15 y en S. Juan», EstMar 7 (1948) p. 17ss.
9 cf. ARTOLA ARBIZA, Antonio María, C.P., Mística y sistemática en la Mariología, Facultad de Teología Redemptoris Mater, La Punta - Callao, Perú, 2010, p. 249
10 cf. BASTERO DE ELEIZALDE, J. L., op. cit., p. 93
11 cf. BASTERO DE ELEIZALDE, op. cit. pp. 79-101

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