María: víctima en la Víctima
Alexandre de Hollanda Cavalcanti
Acompañar la Cuaresma con María es algo diferente… Por eso quiero invitarle
a conocer una verdad teológica muy importante: ¡María es también victima por
nuestra salvación!
Alguien podría preguntar: Entonces… ¿Ella es Corredentora?
La Iglesia todavía no se ha pronunciado sobre el término específico, pero
sí se ha pronunciado sobre la misión de María que colabora activamente con
nuestra salvación. Si María no hubiera participado activamente de nuestra
salvación, Ella sería la madre de nuestro Salvador, pero no nuestra madre.
En el texto anterior hemos mencionado la expresión de san Ruperto
de Deutz: «El parto doloroso de María».
Es por ser víctima, por sufrir, compartiendo la intención de Jesucristo de
salvar a la humanidad, que María se hace nuestra Madre espiritual. La Iglesia
señala que, junto a la Cruz, María consentía voluntariamente en la inmolación de su Hijo para la redención de todo el
género humano. Es importante observar una expresión que solo aparece en el
Evangelio de San Juan: «junto a la Cruz». ¡Los demás Evangelistas no la utilizan!
La palabra «junto», en griego istemi,
juxta, en latín, tiene un sentido muy
específico: no es solo estar cerca, es estar «de pie», «presentarse», en
actitud de cooperación activa[1].
En su reciente libro sobre la Virgen María, Mons. João Clá se pregunta:
¿Por qué el Evangelista señala que Ella estaba de pie? ¿No sería más bello que
estuviera arrodillada? Él mismo responde: ¡No! Porque María participaba de
aquella inmolación. Su postura testifica que Ella vivía la Pasión junto con su
Hijo, procurando servirle de sustento y consuelo. Ella, que había sido llamada
«bendita entre todas las mujeres», es ahora considerada por la gente que veía
el espectáculo de la cruz como la más despreciable de las mujeres, madre de un
condenado a la muerte infamante.
Cuando nosotros pasamos por algún drama en nuestra vida, encontramos
consuelo mirando a Jesús crucificado… la única criatura humana privada de este
apoyo espiritual fue María: contemplar al Crucificado, ¡aumentaba su
sufrimiento! Sin embargo, mirando desde lo alto de la Cruz, la perspectiva se
invertía: Ella era la única criatura capaz de consolar a su Hijo, que se
contorcía entre los alucinantes dolores de la crucifixión y el desprecio de
aquellos por los cuáles Él sufría[2].
Es exactamente junto a la Cruz, por la unión total de sufrimientos, que
María ejerce su papel de «nueva Eva», haciéndose madre de la «humanidad nueva» redimida
por la sangre de Nuestro Señor.
María se ofrecía aceptando voluntariamente cada paso del desenlace doloroso
de la Pasión, caracterizando la unión de dos víctimas: Jesús es la Víctima al
Padre y María es la víctima en Jesús. Fue tan grande la unión de los dos que,
si hubiera sido posible, Ella sufriría con gusto todos los tormentos que
padeció su Hijo, señala el Papa San Pío X[3].
Los Evangelios dejan claro que la presencia de María durante la Pasión fue
deseada intencionalmente por la Virgen. El proprio Cristo señala la importancia
de esta presencia y dice a nosotros: «¡He ahí a tu Madre!
Alguien podría contestar: «¡Él dijo esto a Juan, no a nosotros!»
La expresión utilizada, «el discípulo amado» o «el discípulo que Jesús
amaba», aparece seis veces en el Evangelio de San Juan, y es muy discutida
entre los teólogos, que proponen diversas teorías sobre la identidad de este
discípulo. Una característica de los escritos de San Juan es permitir dos, tres
o hasta cuatro niveles de interpretación sobre sus términos. Así, la expresión
«discípulo amado» identifica, al mismo tiempo, al propio Apóstol Juan y a los
seguidores de Jesús en todos los tiempos, es decir, los cristianos. Conclusión:
no fue solo a Juan, sino a Ud., a mi, a toda la humanidad, que Jesús reveló la
maternidad de María que se consumaba en aquel momento culminante.
Jesús había dicho a Nicodemo que era necesario «nacer de nuevo» para entrar
en el Reino de los cielos (Jn 3,3), expresión que confundió al maestro de la
Sinagoga. Al decir «He ahí a tu madre», Jesús indica el modo de «entrar de
nuevo en el seno de una madre y nacer para Dios»: es hacerse hijo de María para
volver a ser niño y nacer de Ella, a través de un nuevo «parto» por el cual
María da a luz para Dios a los nuevos hijos nacidos del sacrificio de Jesucristo.
Esta perspectiva conduce a que, pasado el drama del dolor, y abiertas las
puertas del cielo, María se alegre con la victoria de su Hijo y con el
nacimiento de la «humanidad viviente», de la cual Ella es madre.
Como víctima redimida, partícipe y unida a la Víctima redentora, la hora de María es la pasión y muerte de
Jesús: un mismo dolor ofrecido al Padre, con grados distinto, pero en total
unidad de intenciones. Cuando Pilato presenta a Jesús y dice: «¡He aquí el
hombre!», lo está presentando en su relación total con su Madre, de quien ha
recibido la naturaleza humana. Esta Víctima ofrecida al Padre es sacada de lo
nuestro, de nuestra propia naturaleza, — dice Hugo de San Víctor — por la
aceptación de María.
Sin duda, el momento culminante de la participación sacrificial de María se
da durante los últimos momentos de vida de su Hijo, que se concluyeron con el Consummatum est: ¡Todo está consumado! Ahí
Ella sufría junto con Jesús por su compasión.
El dolor de Jesús es el dolor de María; los clavos que penetran el cuerpo del
Hijo, hieren las entrañas de la Madre. Su dolor se une al de su Hijo que tiene
su libertad omnipotente atada por tres clavos, creación de sus criaturas.
El Señor había dicho: «dónde está tu tesoro, allá está tu corazón» (Mt
6,21). ¿Dónde podría estar el corazón de María, sino en el corazón de su Hijo
que estaba clavado de la cruz? Su ofrecimiento difiere del de su Hijo en forma
y en esencia, pero no difiere en intención y dolor. Ella tenía entera
conciencia de que la Cruz era el precio del perdón de los pecados, al mismo
tiempo que era, para Ella misma, el precio de su concepción inmaculada[4].
Al mirar a la Cruz durante esta Cuaresma, sigamos la indicación de Jesús y
miremos para María. Es uniendo a Ella cada momento de nuestra vida, cada
alegría, cada dolor, cada sufrimiento, que mejor nos unimos al sufrimiento de
Jesús. Si compartimos con Cristo nuestros sufrimientos, Él compartirá con
nosotros su victoria que se proclamó gloriosamente en la Resurrección.
No permitas que el dolor, la duda, la prueba, desvíen los motivos e
intenciones de tus sufrimientos. Vive el dolor con María y compartirás la
gloria del cielo. Pero se vives tu dolor en las profundidades oscuras de tu
egoísmo, lanzas al abismo tus lágrimas, entierras tus méritos en las
profundidades oscuras de la tierra. Mira a Jesús, mira a María y tu alma estará
siempre con los ojos fijos en la gloria que te está prometida si eres fiel a
este sacrificio que Cristo ofreció para tu salvación.
Nos encontramos en la próxima semana para continuar nuestro camino
cuaresmal unidos a la Santísima Virgen, Madre del Redentor.
Asista el vídeo:
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[2] Cf. Clá Días, João
Scognamiglio. Maria Santíssima! O Paraíso
de Deus revelado aos homens. II, Os
mistérios da vida de Maria: uma esteira de luz, dor e glória. São Paulo:
Arautos do Evangelho, 2020, pp. 480-481.
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