María: víctima en la Víctima




https://youtu.be/q8OkuVDq5wg

Alexandre de Hollanda Cavalcanti
 
Acompañar la Cuaresma con María es algo diferente… Por eso quiero invitarle a conocer una verdad teológica muy importante: ¡María es también victima por nuestra salvación!
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Alguien podría preguntar: Entonces… ¿Ella es Corredentora?
La Iglesia todavía no se ha pronunciado sobre el término específico, pero sí se ha pronunciado sobre la misión de María que colabora activamente con nuestra salvación. Si María no hubiera participado activamente de nuestra salvación, Ella sería la madre de nuestro Salvador, pero no nuestra madre. En el texto anterior hemos mencionado la expresión de san Ruperto de Deutz: «El parto doloroso de María».
Es por ser víctima, por sufrir, compartiendo la intención de Jesucristo de salvar a la humanidad, que María se hace nuestra Madre espiritual. La Iglesia señala que, junto a la Cruz, María consentía voluntariamente en la inmolación de su Hijo para la redención de todo el género humano. Es importante observar una expresión que solo aparece en el Evangelio de San Juan: «junto a la Cruz». ¡Los demás Evangelistas no la utilizan! La palabra «junto», en griego istemi, juxta, en latín, tiene un sentido muy específico: no es solo estar cerca, es estar «de pie», «presentarse», en actitud de cooperación activa[1].
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En su reciente libro sobre la Virgen María, Mons. João Clá se pregunta: ¿Por qué el Evangelista señala que Ella estaba de pie? ¿No sería más bello que estuviera arrodillada? Él mismo responde: ¡No! Porque María participaba de aquella inmolación. Su postura testifica que Ella vivía la Pasión junto con su Hijo, procurando servirle de sustento y consuelo. Ella, que había sido llamada «bendita entre todas las mujeres», es ahora considerada por la gente que veía el espectáculo de la cruz como la más despreciable de las mujeres, madre de un condenado a la muerte infamante.
Cuando nosotros pasamos por algún drama en nuestra vida, encontramos consuelo mirando a Jesús crucificado… la única criatura humana privada de este apoyo espiritual fue María: contemplar al Crucificado, ¡aumentaba su sufrimiento! Sin embargo, mirando desde lo alto de la Cruz, la perspectiva se invertía: Ella era la única criatura capaz de consolar a su Hijo, que se contorcía entre los alucinantes dolores de la crucifixión y el desprecio de aquellos por los cuáles Él sufría[2].
https://youtu.be/q8OkuVDq5wg
Es exactamente junto a la Cruz, por la unión total de sufrimientos, que María ejerce su papel de «nueva Eva», haciéndose madre de la «humanidad nueva» redimida por la sangre de Nuestro Señor.
María se ofrecía aceptando voluntariamente cada paso del desenlace doloroso de la Pasión, caracterizando la unión de dos víctimas: Jesús es la Víctima al Padre y María es la víctima en Jesús. Fue tan grande la unión de los dos que, si hubiera sido posible, Ella sufriría con gusto todos los tormentos que padeció su Hijo, señala el Papa San Pío X[3].
Los Evangelios dejan claro que la presencia de María durante la Pasión fue deseada intencionalmente por la Virgen. El proprio Cristo señala la importancia de esta presencia y dice a nosotros: «¡He ahí a tu Madre!
Alguien podría contestar: «¡Él dijo esto a Juan, no a nosotros!»
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La expresión utilizada, «el discípulo amado» o «el discípulo que Jesús amaba», aparece seis veces en el Evangelio de San Juan, y es muy discutida entre los teólogos, que proponen diversas teorías sobre la identidad de este discípulo. Una característica de los escritos de San Juan es permitir dos, tres o hasta cuatro niveles de interpretación sobre sus términos. Así, la expresión «discípulo amado» identifica, al mismo tiempo, al propio Apóstol Juan y a los seguidores de Jesús en todos los tiempos, es decir, los cristianos. Conclusión: no fue solo a Juan, sino a Ud., a mi, a toda la humanidad, que Jesús reveló la maternidad de María que se consumaba en aquel momento culminante.
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Jesús había dicho a Nicodemo que era necesario «nacer de nuevo» para entrar en el Reino de los cielos (Jn 3,3), expresión que confundió al maestro de la Sinagoga. Al decir «He ahí a tu madre», Jesús indica el modo de «entrar de nuevo en el seno de una madre y nacer para Dios»: es hacerse hijo de María para volver a ser niño y nacer de Ella, a través de un nuevo «parto» por el cual María da a luz para Dios a los nuevos hijos nacidos del sacrificio de Jesucristo. Esta perspectiva conduce a que, pasado el drama del dolor, y abiertas las puertas del cielo, María se alegre con la victoria de su Hijo y con el nacimiento de la «humanidad viviente», de la cual Ella es madre.
Como víctima redimida, partícipe y unida a la Víctima redentora, la hora de María es la pasión y muerte de Jesús: un mismo dolor ofrecido al Padre, con grados distinto, pero en total unidad de intenciones. Cuando Pilato presenta a Jesús y dice: «¡He aquí el hombre!», lo está presentando en su relación total con su Madre, de quien ha recibido la naturaleza humana. Esta Víctima ofrecida al Padre es sacada de lo nuestro, de nuestra propia naturaleza, — dice Hugo de San Víctor — por la aceptación de María.
Sin duda, el momento culminante de la participación sacrificial de María se da durante los últimos momentos de vida de su Hijo, que se concluyeron con el Consummatum est: ¡Todo está consumado! Ahí Ella sufría junto con Jesús por su compasión. El dolor de Jesús es el dolor de María; los clavos que penetran el cuerpo del Hijo, hieren las entrañas de la Madre. Su dolor se une al de su Hijo que tiene su libertad omnipotente atada por tres clavos, creación de sus criaturas.
El Señor había dicho: «dónde está tu tesoro, allá está tu corazón» (Mt 6,21). ¿Dónde podría estar el corazón de María, sino en el corazón de su Hijo que estaba clavado de la cruz? Su ofrecimiento difiere del de su Hijo en forma y en esencia, pero no difiere en intención y dolor. Ella tenía entera conciencia de que la Cruz era el precio del perdón de los pecados, al mismo tiempo que era, para Ella misma, el precio de su concepción inmaculada[4].
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Al mirar a la Cruz durante esta Cuaresma, sigamos la indicación de Jesús y miremos para María. Es uniendo a Ella cada momento de nuestra vida, cada alegría, cada dolor, cada sufrimiento, que mejor nos unimos al sufrimiento de Jesús. Si compartimos con Cristo nuestros sufrimientos, Él compartirá con nosotros su victoria que se proclamó gloriosamente en la Resurrección.
No permitas que el dolor, la duda, la prueba, desvíen los motivos e intenciones de tus sufrimientos. Vive el dolor con María y compartirás la gloria del cielo. Pero se vives tu dolor en las profundidades oscuras de tu egoísmo, lanzas al abismo tus lágrimas, entierras tus méritos en las profundidades oscuras de la tierra. Mira a Jesús, mira a María y tu alma estará siempre con los ojos fijos en la gloria que te está prometida si eres fiel a este sacrificio que Cristo ofreció para tu salvación.
Nos encontramos en la próxima semana para continuar nuestro camino cuaresmal unidos a la Santísima Virgen, Madre del Redentor.

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[1] Cf. J.C-R. García Paredes, Mariologia. Síntese bíblica, histórica e sistemática, 148-149.
[2] Cf. Clá Días, João Scognamiglio. Maria Santíssima! O Paraíso de Deus revelado aos homens. II, Os mistérios da vida de Maria: uma esteira de luz, dor e glória. São Paulo: Arautos do Evangelho, 2020, pp. 480-481.
[3] Cf. Ad Diem illum, n. 12.
[4] Cf. A.M. Artola Arbiza, Dolorosa. Meditaciones sobre la Compasión de María, 257-260.








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