La Páscoa de la Resurrección

Por Alexandre José Rocha de Hollanda Cavalcanti



La Resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención de Dios en la creación y en la historia humana. 

En ella, las tres Personas divinas actúan juntas: Cristo resucita por el poder del Padre y por la acción del Espíritu Santo que ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor. De este modo la humanidad de Cristo – con su cuerpo – es introducida de manera perfecta en la Trinidad.[1]




1. El Padre ha resucitado al Crucificado



En la Resurrección de Cristo, la gloria de Dios, que en Él estaba latente, se hizo patente. 

Esta resurrección es definitiva, y no temporal como la de Lázaro, que retorna a la vida para después volver a morir. Jesús es resucitado por el Padre para una vida nueva, superior, de carácter divino, como principio activo de la resurrección de todos los hombres, como afirma San Pablo.

Sin embargo, es necesario subrayar que en las formas más arcanas, se dice que Dios resucitó a Cristo. La iniciativa del Padre es clara. San Pablo puntualiza que Dios intervino con acción poderosa: «Cristo está vivo por la fuerza de Dios» (2Cor 13, 4).

1.1. Sentido activo

Tiene a Dios por sujeto: Cristo se beneficia de la resurrección dada por Dios, como afirma San Pablo en la Carta a los Romanos: «Si crees que Dios lo resucitó de los muertos, te salvarás» (Rom 10, 9).

1.2. Sentido pasivo:


Tiene a Cristo por sujeto: Jesús es el sujeto del verbo resucitar. Hay posiciones más tardías que proponen a Jesús como sujeto activo de la Resurrección: “Cristo murió, fue sepultado, resucitó” (1Cor 15, 3, 5); “Porque nosotros creemos que Jesús murió y resucitó” (1Tel. 4, 14).[2]

En cuanto Hijo, Él realiza su propia Resurrección en virtud de su poder divino. Jesús anuncia que el Hijo del hombre deberá sufrir, morir y luego resucitar (cf. Mc 8, 31; 9, 9-31; 10, 34). San Juan da testimonio de este poder, cuando repite la afirmación de Jesús: “Doy mi vida, para recobrarla de nuevo [...] Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo”. (Jn 10, 17-18)[3]


2. Acción del Espíritu Santo






La Resurrección de Cristo fue llevada a cabo con la cooperación del Espíritu Santo, como acción trinitaria. La obra de Cristo debe alcanzar a cada uno de los hombres que reciben los frutos de la Redención por acción del Espíritu Santo, que es Señor y dador de vida.
El Espíritu Santo hace posible que cada persona pueda entrar en comunión con el Hijo de Dios, se incorpore en Él y participe de la redención.[4]


3. Alcance salvífico de la Resurrección

San Pablo afirma que nuestra fe sería vana si Cristo no hubiera resucitado (1Cor 15, 14). La Resurrección constituye así la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido.[5]




Por su resurrección Cristo abre a los hombres el acceso a la nueva vida y les devuelve la gracia de Dios (cf. Rm 4, 25). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia, como principio y fuente de nuestra resurrección futura: “Cristo resucitó como primicia de los que durmieron [...] del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo” (1Cor 15, 20-22).[6]



4. Realidad histórica de la Resurrección

La Escritura afirma claramente la realidad de la Resurrección: «El Señor resucitó verdaderamente y apareció a Simón» (Lc 24, 34). La Tradición repite que Jesús resucitó verdaderamente, de modo paralelo como afirma que nació verdaderamente de María y murió verdaderamente en la cruz. La Resurrección de Cristo es un acontecimiento real verificado en una circunstancia precisa de lugar y tiempo, con manifestaciones históricamente comprobadas por testigos fiables que transmitieron los relatos, por eso goza de la misma historicidad de cualquier otro acontecimiento real sucedido en el pasado.

5. El sepulcro vacío



La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro no es en sí misma prueba directa de la Resurrección. Los mismos apóstoles y las santas mujeres no creyeron en la Resurrección al constatar que el sepulcro estaba vacío, sino que este hecho los preparó para reconocer la Resurrección de Cristo.

El sepulcro vacío es una señal esencial y necesaria para poder comprobar que realmente Jesús ha resucitado.

6. Las apariciones del Resucitado

El propio Jesús que había sido visto muerto, se ha manifestado vivo a muchos testigos fiables: a su Madre, a las santas mujeres, especialmente a María Magdalena, a Pedro, a los discípulos de Emaús, a los discípulos reunidos en el Cenáculo dos veces. En estas apariciones ha dado pruebas concluyentes de la verdad de su Resurrección: que su cuerpo es verdadero y no un espíritu: come con los apóstoles y les hace tocar sus llagas (cf. Lc 24, 40; Jn 20, 20.27).


Además de ser un hecho histórico, la Resurrección de Cristo es también una verdad de fe, un misterio que trasciende la historia, principalmente por su valor salvífico: “Cristo resucitado se revela definitivamente como nuestro Dios y Señor; Él es nuestro Salvador que nos libera del pecado y nos comunica la vida de Dios.[7]




[1] Cf. CEC., n. 648.
[2] Cf. Hidalgo Díaz, Pedro. Cuestiones Actuales de Cristología. Lima: Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, 2010. (Apuntes de classe)
[3] Cf. CEC., n. 649.
[4] Cf. Barriendos, Vicente Ferrer. Jesus Cristo nosso Salvador: Iniciação à Cristologia. Lisboa: Diel, 2005, p. 142.
[5] Cf. CEC., n. 651.
[6] Cf. Ibid., ns. 654-655.
[7] Cf. Barriendos, Vicente Ferrer. Op. cit., pp. 201-208.

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