La devoción de los Cinco Primeros Sábados en el contexto del Año de la Misericordia

Alexandre José Rocha de Hollanda Cavalcanti


1. Introducción
 
Vivimos un momento histórico en que ya están más que maduros los frutos del fallido intento de construir una sociedad que prescinde del Altísimo, desterrando, junto con su Creador, el concepto de misericordia. La mentalidad contemporánea –enseña Juan Pablo II– tiende a arrancar del corazón humano la propia idea de misericordia[1]. En este contexto somos llamados a «ser misericordiosos como el Padre», correspondiendo al triple apelo de los mensajes de Fátima.
·     Reparación.
·     Oración.
·     Consagración al Inmaculado Corazón de María.
Esta triple invitación conduce a tres niveles de compromiso:
·     Aceptar la contingencia del ser humano y abandonarse con confianza al Creador.
·     Rezar y sacrificarse por los pecadores, abandonando la perspectiva individualista.
·     Unificar la vida cristiana por la consagración al Inmaculado Corazón de María[2].
Estos compromisos se concretizan en la devoción de los cinco primeros sábados, centrada en la realidad del Corazón Inmaculado de María, que consideramos en el contexto del «Año de la Misericordia», no restringido a sus 365 días, sino en el amplio panorama de la misericordia, que se inicia con la Creación y no terminará con la Parusía.
La centralidad del tema del Corazón de María constituye lo que hay de más original y específico del mensaje de Fátima[3].

2. Visión de conjunto de las apariciones


Para una precisa comprensión de la comunión reparadora es conveniente conocer los mensajes en su integridad, incluyendo las apariciones del «Ángel de Portugal», las de la Cueva de Iria y las de Pontevedra y Tuy, que hacen parte de un conjunto corporativo, formando un texto único, escrito en diversas etapas[4].


2.1. Apariciones del Ángel de Portugal

En las apariciones del Ángel sobresalen tres puntos principales:
·     El espíritu de reparación.
·     El incentivo a la práctica del sacrificio.
·     La relación entre la Santísima Trinidad, la Eucaristía y la práctica del sacrificio.
Estos principios vertebran la práctica de los cinco primeros sábados, propuesta para evitar las consecuencias del lento suicidio que la sociedad enceta al elegir el camino que la separa de su Creador.
El Ángel presenta el ofrecimiento del cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo, realmente presente en la Eucaristía, como único medio hábil para la reparación por los ultrajes con que Dios es ofendido.
Presenta también los méritos del Sagrado Corazón de Jesús, y la intercesión del Inmaculado Corazón de María, como medios para alcanzar la conversión de los pecadores.

2.2. Apariciones de la Cueva de Iria

María aparece en actitud de oración, con un semblante que Lucía describe como serio, ni triste ni alegre, con una suave expresión de censura. Invita a los videntes a soportar todos los sufrimientos que les serán enviados en reparación por los pecados con que la humanidad ofende a Dios. Nuestra Señora presenta la oración, especialmente del santo Rosario, como la verdadera solución para los problemas de la humanidad.
Lucía es llamada a recordar al mundo la necesidad de evitar el pecado y reparar a Dios ofendido, por la oración y por la penitencia, estableciendo en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María.
En la segunda aparición Nuestra Señora promete la salvación a los que abracen la devoción a su Inmaculado Corazón. María presenta a los videntes su corazón cercado de espinas que se clavaban en él por todas las partes.
En la aparición siguiente la Santísima Virgen les reveló el Secreto, dividido en tres partes, revelado en dos etapas[5].
La primera parte del secreto es la visión del infierno, que marcó la vida de los videntes, no en el sentido del miedo, sino de la compasión por los pecadores que ahí se precipitan y de la gravedad de las ofensas a Dios.
La perspectiva del infierno es una realidad que el ser humano siempre procuró silenciar. Sin embargo, su realidad dogmática está defendida por innúmeros concilios.
En la Bula Misericordiæ vultus, que instituye el Año de la Misericordia, el papa Francisco amonesta:
«Para todos, tarde o temprano, llega el juicio de Dios, al cual nadie puede escapar»[6].
El Catecismo de la Iglesia Católica[7] enseña que «no podemos estar unidos con Dios si no hacemos la opción libre de amarlo». La libertad del hombre incluye, por tanto, la hipótesis del rechazo a Dios, caracterizando la condenación eterna como la expresión más radical de la realidad de la libertad humana, capaz de elegir permanecer separada de Dios por toda su existencia.
La visión del infierno constituye el telón de fondo de las consideraciones sobre la existencia del pecado y la necesidad de conversión. La negación del pecado lleva a la negación de la misericordia, del perdón e incluso de la Redención. Existen dos maneras de destruir la misericordia: eliminando el pecado y eliminando el perdón. Por eso señaló con precisión Juan Pablo II que es necesario aprender a pensar y hablar según los principios de la claridad evangélica: «Sí, sí; no, no» (cf. Mt 5, 37). Es necesario llamar mal al mal y bien al bien; llamar pecado al pecado, aun cuando toda la moda y la propaganda sean contrarias a esto[8].
No diferenciar el bien del mal lleva al relativismo, que en nuestros días se transformó en un cáncer en la sociedad, imponiendo una dictadura, que nada reconoce como definitivo y que deja como última medida solamente el propio yo y la propia voluntad[9].
Al preparar un mensaje de esperanza y misericordia, la Santísima Virgen dejó claro la gravedad del pecado y la amplitud de la reparación que vendría a pedir con la devoción de los cinco primeros sábados.
En la segunda parte del secreto María Santísima anuncia que vendrá a pedir la comunión reparadora de los cinco primeros sábados, como medio eficaz para alcanzar la misericordia y el perdón. María promete la paz si el mundo atendiera sus pedidos y anuncia catástrofes como consecuencia de la no aceptación de su mensaje. Ella indica dos medios de evitarlas: la devoción a su Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados, finalizando con la promesa: «¡Por fin, mi Inmaculado Corazón Triunfará!».
En las apariciones siguientes María Santísima insiste en la oración del Rosario y promete el milagro del sol, que confirmará la veracidad de sus revelaciones.

2.3. Apariciones de Pontevedra y Tuy

Posteriormente, en Pontevedra y Tuy, María da a conocer las condiciones para realizar los Cinco Primeros Sábados.
El 10 de diciembre de 1925, la Virgen apareció a Lucía, teniendo a su lado un niño, elevado sobre una nube. El niño dijo a Lucía: «ten compasión del Corazón de tu santísima Madre que está cercado de espinas que los hombres ingratos a todo momento le clavan sin haber quienes hagan un acto de reparación para sacarlos».
En seguida, dijo la Santísima Virgen:
«Todos aquellos que por cinco meses consecutivos, el primer sábado de cada mes se confiesen, reciban la santa Comunión, reciten el Rosario y me hagan compañía durante quince minutos meditando los Misterios con la intención de ofrecerme reparaciones, prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para la salvación»[10].
El 15 de febrero de año siguiente (1926) el niño Jesús presenta la verdadera dimensión con que debe ser practicada la comunión reparadora:
«Muchas almas comienzan los Primeros Sábados, pero son pocas las que los completan, y las que los completan lo hacen con el propósito de recibir las gracias que en ellos se prometen. Más me placería si hicieran cinco con fervor y con la intención de hacer reparación al Corazón de su Madre celestial, que si hicieran quince con tibieza y con indiferencia»[11].
Las apariciones de Tuy (España), acontecieron en 1929. Lucía recibe un conocimiento especial de la Santísima Trinidad y de la relación entre la pasión y muerte de Cristo, la Eucaristía y el sufrimiento del Inmaculado Corazón de María, que veía cercado de espinas y llamas de fuego.

3. Porque cinco primeros sábados

Los motivos de ser cinco sábados están relacionados con las cinco clases de ofensas y blasfemias proferidas contra el Inmaculado Corazón de María.
·     Reparar las blasfemias contra la Inmaculada Concepción.
·     Reparar las ofensas contra la perpetua virginidad de María.
·     Reparación por las injurias contra a Maternidad divina de María y por la no aceptación de la maternidad espiritual de la Madre de Dios sobre todos los hombres.
·     Reparar por los que procuran públicamente infundir en los corazones de los niños la indiferencia, el desprecio e incluso el odio en relación a la Madre Inmaculada.
·     Reparación contra los que ultrajan directamente las imágenes sagradas de María.
La centralidad del mensaje de Fátima está por tanto en un cambio radical del género humano, donde él más lo necesita. En su núcleo fundamental es una llamada a la conversión y a la penitencia, hecho de modo al mismo tiempo maternal y enérgico: con decisión, firmeza y clareza[12]. Fátima se presenta como un signo preciso de Dios para nuestra generación, una palabra profética para nuestro tiempo y una intervención divina en la historia humana, realizada por mediación de María[13]

4. Comunión reparadora y devoción mariana

La relación de la comunión reparadora con la misión de María de llevar a la humanidad para Cristo se evidencia en las condiciones indicadas para esta devoción. En primer lugar el sacramento de la reconciliación, único capaz de alcanzar el perdón de los pecados de modo eficaz, es el pórtico de las prácticas constitutivas de la comunión reparadora y camino necesario del proceso de conversión, que muchas veces comienza en un confesionario[14].
De modo análogo, el Año de la Misericordia se centra en este sacramento, colocado como punto central del conjunto que lo compone, por su capacidad de permitir al hombre experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia[15], restituyendo la filiación divina perdida por el pecado[16]. En este sentido, en el discurso de clausura de la primera etapa del sínodo de las familias, el papa Francisco dejó claro que misericordia no significa la simple aceptación de la culpa no arrepentida, sino la cura efectiva del mal, cuando afirmó que debemos evitar:

«La tentación del buenismo destructivo, que en nombre de una misericordia engañadora venda las heridas sin antes curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causas y las raíces. Es la tentación de los “buenistas”, de los temerosos y también de los así llamados “progresistas y liberales»[17].
 
La segunda práctica es la comunión eucarística, centro de toda espiritualidad cristiana. Cristo eucarístico es presencia transformadora capaz de corregir todas las debilidades, para que el perdón sea extendido hasta las extremas consecuencias de la misericordia divina[18].
Las dos prácticas siguientes son especialmente cristocéntricas y evangélicas: rezar el Rosario y meditar en los misterios de la vida de Cristo que lo constituyen, abarcando todas las dimensiones de nuestro relacionamiento filial con la Madre de Dios. En las apariciones de Fátima María Santísima recomendó con insistencia la oración del santo Rosario. Con precisión teológica, afirma a este respecto la hermana Lucía:
«Después del Santo Sacrificio de la Misa, la oración del santo Rosario es la oración más agradable a Dios que podemos ofrecerle y de mayor provecho para nuestras almas. Si así no fuera, Nuestra Señora no nos lo habría recomendado con tanta insistencia»[19].

5. Conclusión

La devoción de los Cinco Primeros Sábados, considerada en el contexto del Año de la Misericordia, centraliza las intenciones principales del mensaje de Fátima, en su sentido de reparación e impulso para el necesario cambio de rumbo en una sociedad que enceta un camino de separación en relación a los designios divinos. Es urgente la propagación de esta devoción, mientras es posible evitar los desastres que la Santísima madre de Dios busca impedir instituyendo la comunión reparadora, para que no acontezca lo que, en relación a la consagración de Rusia, amonestó Nuestra Señora a la hermana Lucía:
«No quisieron atender mis pedidos… Del mismo modo que el rey de Francia, se arrepentirán y harán la consagración, pero ya será tarde».
María Santísima se refería a la aparición del Sagrado Corazón de Jesús a santa Margarita María, en 1689, la cual intentó, por varios medios, hacer llegar al rey Luis XIV un mensaje con cuatro peticiones que buscaban unir Francia al Sagrado Corazón de Jesús. Nada fue conseguido. Un siglo después, Luis XVI, ya recluso en la Prisión del Templo, se consagró al Corazón de Jesús, prometiendo cumplir todos los pedidos comunicados por santa Margarita, cuando fuese liberado. Era tarde… la guillotina interrumpió los planes del rey en 21 de enero del año siguiente[20].
En el seminario celebrado en Fátima en 1972 se discutió sobre la postura que se debe adoptar ante su mensaje: ¿mentalidad teológica o disponibilidad infantil? La conclusión fue que es necesario traducir en términos teológicos el mensaje dirigido a los niños, pero permanecer con espíritu de inocencia infantil para comprender la profundidad del mensaje[21].
El Concilio Vaticano II[22], señala que la verdadera devoción mariana no consiste en una emoción estéril y pasajera, sino en un amor dedicado que nos conduce a imitar las virtudes de María. La devoción estéril es aquella que se basa en el amor de sí mismo y no en la donación a Dios. San Agustín explica que sólo existen dos amores: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios y el amor a Dios, hasta el desprecio de sí mismo[23]. La devoción que se basa en el primer tipo de amor, será siempre estéril y transitoria.
Un aspecto moderno de la devoción mariana es su comprensión como camino para la madurez devocional, evitando regresiones infantiles o transferencias de afectos.
 La devoción es un término que contiene un sentido activo: significa entregarse, sacrificarse.
La imitación de María no es un servirse de ella, sino un donarse de sí mismo a Dios, de modo integral e irrevocable.
El Concilio explica que la situación del mundo que «todo entero yace en poder del maligno» (1Jn 5, 19; cf. 1P 5, 8), hace de la vida del hombre un combate, donde el cristiano no tiene el derecho de omitirse. Son elocuentes las palabras de Concilio:

«A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo»[24].
En este momento decisivo, la Iglesia nos convoca a tomar posición, a no ser «uno más» en medio de un mundo que abandona a Dios. A tener el coraje de Jesús que dice «soy Yo» cuando los soldados le buscaban para la confrontación final, a decir «fiat mihi» cuando somos llamados a entregar nuestra propia vida, dedicándola enteramente al servicio de Dios, sin miedo de «ser diferente de los demás».

En estos momentos de prueba es nuestro deber imitar a Jesús, imitar la donación total de María. No podemos reeditar la cobardía de Pilatos delante de Cristo, que buscó «componer la situación» y terminó por condenar a Jesús. Pero si Pilato se nos apareciese en este momento, podría decir: «yo seré imitado por muchas personas en todos los siglos».
Cuántas veces, por amor a nuestros intereses, por pereza, o por el miedo de decir no, permitimos que la Iglesia sea calumniada y perseguida y nos callamos. Presenciamos de brazos cruzados el pecado, por la vergüenza de enfrentar a los que nos rodean, de decir «no» a los que forman nuestro ambiente, por el miedo «de ser diferente de los demás», como si Dios nos hubiera creado, no para imitar a Jesús, sino para imitar servilmente a nuestros compañeros[25].
 
La llamada a la conversión que centraliza los mensajes de Nuestra Señora en Fátima nos convoca a pedir la misericordia divina para que, por la fortaleza con que Jesús nos dio como ejemplo enfrentando el dolor y la muerte, sean curadas en nuestras almas la llaga del egocentrismo, del miedo y de la pereza, haciendo de nosotros verdaderos apóstoles de la misericordia de su Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María.


[1] João Paulo II, Carta Encíclica Dives in misericordia, n. 2.
[2] De Fiores, Stefano. Valoración teológica y actualidad de Fátima. Apud: De Fiores, Stefano y Meo, Salvatore (dir.) Nuevo diccionario de Mariología. 3 ed. Madrid: San Pablo, 2001, pp. 801.
[3] Cf. Alonso, J. M. Fátima. Apud: De Fiores, Stefano y Meo, Salvatore (dir.) Nuevo diccionario de Mariología, pp. 792-796.
[4] Cf. Alonso, J. M. Fátima. Apud: De Fiores, Stefano y Meo, Salvatore (dir.) Nuevo diccionario de Mariología, pp. 791.
[5] Cf. Kondor, Luis. Memorias de la Hermana Lucía, Fátima: Secretariado dos Pastorinhos, 2001, pp. 68-71.
[6] MV n. 19.
[7] N. 1033.
[8] Cf. João Paulo II. Homilía del 26 de marzo de 1981.
[9] Cf. Ratzinger, Joseph. Homilía en la Misa «Pro eligendo Romano Pontifice», del 18 de abril de 2005.
[10] Kondor, Luis. Memorias de la Hermana Lucía, pp. 192-193.
[11] Apostoli, Andrew. Fátima para hoy: El urgente mensaje mariano de esperanza. San Francisco: Ignatius, 2014, cap. 13.
[12] Cf. João Paulo II. Homilía del 13 de mayo de 1982. Apud: L’Osservatore Romano, Edición semanal em lengua española, Ano XIV n. 21, p. 699.
[13] De Fiores, Stefano. Valoración teológica y actualidad de Fátima. Apud: De Fiores, Stefano y Meo, Salvatore (dir.) Nuevo diccionario de Mariología, p. 799.
[14] Cf. Ibid.
[15] Cf. MV n. 17.
[16] Cf. CEC n. 1469.
[17] Papa Francisco. Discurso en la clausura de la III Assembleia Geral Extraordinária do Sínodo dos Bispos, del 18 de outubro de 2014.
[18] Cf. MV n. 22.
[19] Irmã Maria Lúcia de Jesus e do Coração Imaculado. Apelos da mensagem de Fátima. Fátima: Secretariado dos Pastorinhos, 2000, p. 270.
[20] Cf. Kondor, Luis. Memorias de la Hermana Lucía, p. 198. La explicación sobre el mansaje al Rey de Francia, mencionado por Nuestra Señora, es del autor de la compilación de las memorias de la Hermana Lucía, P. Luis Kondor, SVD.
[21] El corazón que se entrega a todos. El inmaculado corazón de María en las apariciones de Fátima. Centro Internacional Ejército Azul, Fátima, 1972, p. 12. Apud:  De Fiores, Stefano y Meo, Salvatore (dir.) Nuevo diccionario de Mariología, p. 800.
[22] LG n. 67.
[23] San Agustín. Ciudad de Deus, libro XIV, cap. XXVIII.
[24] GS 37, 2.
[25] Corrêa de Oliveira, Plinio. Via Crucis. Apud: Catolicismo n. 3, São Paulo: Pe. Belchior Pontes, março de 1951.
 

Comentarios

Unknown dijo…
Que buen artículo, me ha hecho reflexionar acerca de la urgencia de reparar las ofensas al Inmaculado Corazón de Nuestra Señora.

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