Devoción a María

Por Carlos Zapata Albuquerque



Después de Su Sacratísimo Cuerpo y Su Preciosísima Sangre, el regalo más hermoso que nos dona Jesucristo, nuestro Señor, es su mismísima Madre. La Madre de Dios, es nuestra propia Madre. ¡No hay privilegio más grande! Excepto el de ser hijos en el Hijo. Y un regalo se agradece, se recibe, se cuida y se comparte. Más aún este grandioso Regalo del Cielo.

La devoción a la Santísima Virgen María es importante para la vida de un fiel católico porque Ella fue quien crió a Jesús. Ella le enseñó a rezar, a amar a Dios y a los hombres. Amar a María Santísima es aprender a amar a Jesús como Ella mismo lo amó en la tierra y lo ama en el Cielo. Amar a la Virgen es aprender a guardar en el corazón las palabras que salieron de los labios llenos de sabiduría de nuestro Salvador. Amar a María Santísima es también admirar y confiar en la protección y guía de San José, Su Castísimo Esposo. Amar a María es aprender a servir a quienes nos rodean, como Ella misma nos enseñó yendo a la casa de su prima Santa Isabel a servirla en sus últimos tres meses de embarazo de San Juan Bautista, primo humilde y sabio de nuestro Divino Salvador. Amar a María es estar atento a las necesidades de quienes nos rodean, como Ella misma nos enseñó cuando se dio cuenta de que faltaba vino en la Bodas de Caná. Allí nos enseñó a confiar en el amor de Jesucristo, que siempre está dispuesto a escuchar las súplicas que le dirige Su Beatísima Madre por nuestras necesidades. Allí nos enseñó a hacer lo que Jesucristo nos diga. Amar a María es vivir en el Cielo porque Ella es Hija Virgen de Dios Padre, Madre Virgen de Dios Hijo y Esposa Virgen de Dios Espíritu Santo, Templo Sagrado de la Santísima Trinidad, Un solo Dios. Amar a la Virgen es aprender a ofrecer nuestros dolores como Ella los ofreció al pie de la Cruz por la conversión de los pecadores por los cuales estaba muriendo Su amadísimo Hijo, nuestro Redentor. Amar a la Virgen es aprender a creer, esperar y amar a Dios, en una palabra, a confiar en el amor infinitamente misericordioso y sabio del Señor. Amar a la Virgen es vivir la anticipación de la alegría y el gozo del Cielo por la fe en la Resurrección de Jesucristo, Vencedor de la Muerte. Amar a la Virgen es aprender a amar a Jesucristo en la Eucaristía, a amar a la Iglesia de la cual es Madre y a amar al Papa, quien es su hijo predilecto en la tierra.
Ella es el Trono de la Sabiduría. De Ella podemos extraer todas las gracias de Jesucristo que necesitamos para agradar a Dios. Por Ella la Trinidad Santa se alegra. Ella repara la ofensa de Eva. La Virgen Santísima consuela a Dios por Eva que viviendo en un mundo puro espontáneamente quiso corromperse. En cambio la Virgen María viviendo en un mundo sucio no quiso lesionar su candor ni con el más mínimo pecado. Ella, la Llena de Gracia por antonomasia, nos enseña a apreciar la Gracia por encima de todo. Por la gracia agradamos a Dios, por la gracia aceptamos el amor de Dios que Jesucristo entrega generosamente en la Santa Cruz, por la gracia participamos desde ahora del gozo incontenible de la Resurrección de Jesucristo. Gozo incontenible que nos hace llevar a Jesucristo a los demás. Lo llevamos a los demás en Su Cuerpo Eucarístico, por medio de Su Evangelio y en la Caridad a los más necesitados.

Comentarios

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