María acepta sufrir con su Hijo


https://youtu.be/oCljYpF7Io0

Alexandre de Hollanda Cavalcanti

Los días de la Cuaresma nos preparan para el momento supremo de la Pasión y Muerte del Señor, que se entregó para salvarnos.
Este periodo tan importante para nuestra vida espiritual exige que encontremos un modelo de perfecta unión con Jesucristo para alcanzar la preparación necesaria para las gracias que Dios enviará en el memorial del sacrificio redentor y de la Pascua victoriosa de su divino Hijo.
La primera persona que conoció este misterio fue la Virgen María. Por eso, su ejemplo es el mejor modelo de preparación para la Semana Santa que se acerca.
https://youtu.be/oCljYpF7Io0La Santísima Virgen conoció, desde los inicios de su vocación, el aspecto doloroso de la salvación que sería conquistada por Nuestro Señor Jesucristo y aceptó, anticipadamente, todas las consecuencias de la maternidad divina. Por eso, ella contestó al ángel: “He aquí la esclava del Señor”. ¡Esclava! Ella no puso límites en su entrega, sino que aceptó todo lo que fuese la voluntad de Dios, incluso el dolor y el sufrimiento. La Víctima que comenzaría a formarse en su seno virginal contó con su aceptación, en nombre de toda la humanidad, para en el futuro ofrecerse en holocausto redentor en el desenlace trágico del Gólgota.
La Iglesia enseña que durante los días de la Cuaresma debemos escuchar con más frecuencia la Palabra de Dios, dedicarnos más a la oración y hacer también penitencia. Este es un tema poco recordado en nuestros días. Sin embargo, debemos recordar que en Fátima la Madre de Dios insistió en que debemos hacer penitencia por nuestros pecados y en reparación por los pecados de la humanidad. La penitencia educa nuestra voluntad y es un acto concreto que expresa nuestro amor a Dios, puesto que no existe amor sin sacrificio y no existe sacrificio sin amor[1].
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Otro punto importante es recordar nuestro Bautismo y el vínculo que a partir de este Sacramento tenemos con nuestro Salvador. En esta preparación cuaresmal, la liturgia propone el ejemplo de la Santísima Virgen María, siempre fiel a la voluntad divina, que siguió los pasos de su Hijo Santísimo hasta el Calvario, para “morir con Él” (cr. 2Tm 2,11). Cuando, al final de los cuarenta días, lleguemos a la gloriosa Pascua redentora, contemplaremos a nuestra Madre celestial como una “mujer nueva”, es decir, como el inicio de una “nueva creación”, en que todo nace de Cristo y, por tanto, esta “humanidad nueva” estará también totalmente unida a la “Esclava del Señor”.
https://youtu.be/oCljYpF7Io0En el Evangelio de San Mateo encontramos el relato de lo que debe haber sido la primera participación dolorosa de María en la misión salvadora de Jesús. Esto se ha dado antes, incluso, de que Ella tuviese conocimiento de su vocación a la maternidad divina y la inspiró a consagrar su vida al servicio del Mesías esperado por todo el pueblo de Israel. Por este motivo, se puede decir que la joven Doncella de Nazaret fue la primera “esclava de María”. La expresión causa cierta sorpresa, pero San Luis María Grignion de Montfort explica que la Santísima Virgen quiso dedicar toda su vida a servir a aquella que sería la madre del Salvador. ¡La joven María ni podría imaginar que era Ella misma la elegida de Dios para esta altísima misión!
Conociendo las Sagradas Escrituras con una inteligencia superior a la de los mayores genios de la humanidad e iluminada por el Espíritu Santo con luces mucho mayores que las de Isaías o cualquier otro profeta, la delicada Virgen de Nazaret esperaba la venida del Mesías para sus días y por eso decidió consagrar su vida completamente a su servicio. El Evangelio de San Lucas deja esto claro al relatar la pregunta: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1,34), antecedida de la afirmación de que Nuestra Señora ya estaba desposada con San José, de la casa de David. Desde San Gregorio de Nisa, San Agustín, hasta los mariólogos actuales, se encuentra en este texto la revelación de que María había hecho un voto o propósito de virginidad a partir del momento en que Ella fue capaz de comprender el sentido de esta consagración.
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Esta entrega, realizada en edad tan remota, tal vez en el periodo en que Ella estaba en el Templo, da inicio a su unión con el sacrificio de Jesús. Efectivamente, la decisión de mantenerse virgen, en una sociedad que no comprendía la virginidad consagrada, sobre todo para las mujeres, traería consecuencias muy difíciles para una niña de tan tierna edad. ¿Cómo expresar esta decisión, en términos comprensibles, a los adultos que no habían recibido esta gracia del Espíritu Santo?
Con certeza esta decisión encontraría rechazo incluso en su propia familia y en toda la sociedad israelita. Sería necesario renunciar a la posibilidad de ser una ascendiente del Mesías, con el peligro, incluso, de desviar los designios divinos abdicando a la maternidad, si de ella pudiese, en un futuro próximo o remoto, nacer el prometido Salvador.
El drama de la virginidad de María se transformaba casi en agonía en la previsión de una vida compartida en un inevitable matrimonio futuro. ¿Dónde encontrar un esposo con los mismos sentimientos? En la sociedad de la época ni siquiera le era permitido buscarlo. El ideal de virginidad para la joven Doncella era un verdadero “laberinto sin salida”. [2]
Dios daría una solución a este problema en el momento oportuno, pero la santa Niña no podría, antes de la Anunciación, ni siquiera imaginar los grandiosos planes que el Señor reservaba para Ella.
¿Cuánto debe haber costado esta decisión? Con certeza, mucho dolor de alma, mucha angustia, mucho sufrimiento… ¡pero este sacrificio no fue estéril! La mujer que decidió consagrarse a Dios en la total virginidad, renunciando voluntariamente a la maternidad, y, consecuentemente, a la hipotética posibilidad de ser madre, o siquiera ascendiente del Mesías, fue la elegida para unirse a Dios en el gran plan de salvación de la humanidad.
Este modelo de amor, de dedicación, de aceptación del sufrimiento unido a la sangre redentora de Cristo nos da la clave para vivir bien esta Cuaresma, siguiendo los pasos de Jesús a través del caminar de María.
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Esta vía dolorosa, de duda vocacional, que no sabemos cuánto tiempo duró, preparó el Corazón Inmaculado de la santa Niña para recibir al mensajero de Dios. Por eso Ella no se asustó cuando vio el ángel San Gabriel, pero sintió un verdadero temor al conocer la grandeza de su vocación. El mensajero divino la tranquilizó: “No temas María […] El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,30.35).

María meditó profundamente en su corazón, preguntó al ángel cómo se daría este misterio y entendió toda la misión a la cual estaba siendo invitada. Por eso su respuesta no contenía ninguna hesitación: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Y el Verbo de Dios se hizo carne, y habitó entre nosotros (Jn 1,14).
Caminemos estos días con María y preparémonos para el momento en que, contemplando la Pasión, el sufrimiento, la agonía y la muerte del Señor, podamos unirnos totalmente a este sacrificio redentor y decir con María: “Hágase en mí lo que sea necesario para salvar a este mundo que a cada día abandona más a su Dios y Señor”. 






[1] Cf. De Hollanda Cavalcanti, Alexandre. María en el Sacrificio de Cristo. Lima: Heraldos del Evangelio, 63.
[2] Cf. A.M. Artola Arbiza, Dolorosa. Meditaciones sobre la Compasión de María, 47-50.

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